DOMINGO XXVIII DEL
TIEMPO ORDINARIO
11 de Octubre de
2015
¡Ve y vende! ¡Ven y sígueme!
El Evangelio de hoy (Mc 10,17-30) es muy
iluminador, pues aborda la cuestión de la riqueza y del seguimiento de Jesús.
Un poco antes (Mc 8,34s), el mismo Jesús había sostenido que para seguirlo
había que cargar “una cruz”. Ahora, se puede entender que la cruz a cargar es
aprender a relacionarse evangélicamente con la riqueza.
Jesús va “en camino”, en esa circunstancia de
misión, se le arrodilla un hombre y le pregunta cómo heredar la vida eterna.
Es un buen israelita, que ha escuchado acerca de
las promesas de Dios, ha meditado la Biblia y tiene buenas intenciones
(benevolencia). En efecto, él afirma que no se ha dejado arrastrar por las
pasiones del robo, la infidelidad sexual o la mentira. Más bien, es un hombre
cumplidor, sincero, y por eso quiere aprender a ser verdadero discípulo.
Pero Jesús le viene a ofrecer algo más grande
que la ley judía. Por eso añade: “una cosa te falta”. Lo que Jesús le propone es
la plenitud de la existencia.
Entre el cumplimiento de los mandamientos de la
ley y el camino del Reino de Jesús sigue habiendo una distancia: eso es lo que
“falta” al hombre rico, eso es lo que ofrece Jesús y así define en sentido
radical la vocación de los cristianos.
El punto central del Evangelio es cuando Jesús
le dice: “Ve y vende lo que tienes”. Vender significa renunciar; no tener ya
nada como propio, no aspirar a construir cosa alguna como exclusivamente mía (o
nuestra) sobre el mundo.
La venta de la vendimia se vuelve oportunidad de
donación: “Da el dinero a los pobres”. Es ahora enriquecer a los otros, vivir
para los demás, sólo así se puede tener un tesoro en el Cielo.
El tercer paso de este pasaje central es: “ven y
sígueme”. El ‘ven’ se contrapone al ‘ve’ anterior; es decir, la ‘salida’
(vender los bienes) culmina de esa forma en un retorno hacia Jesús en gesto de
acompañamiento.
Esa es la síntesis de ser “discípulo de Jesús”,
es seguir a Cristo en el camino de su Reino.
Libertad
ante los bienes temporales
El hombre rico quiere alcanzar la vida eterna al
modo israelita, cumpliendo el mandamiento de la ley y manteniendo, al mismo
tiempo, sus riquezas. Jesús, empero, supera ese nivel, y quiere ofrecerle la verdad
del verdadero mesianismo.
El hombre quiere seguir a Jesús, pero no puede.
Sus riquezas se lo impiden. Lo que aquí pide Jesús no es algo más o menos
accesorio, sino aquello que está a la base y en corazón de su proyecto
evangélico.
Tener riquezas no sólo es una prerrogativa, sino
también una grave responsabilidad de tipo moral. La moral dicta que las cosas
materiales han sido creadas con una finalidad determinada en bien de la
comunidad humana.
Los bienes materiales nadie tiene derecho a
usarlos para satisfacer las propias vanidades, mientras haya otros que carezcan
de lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas humanas.
Los padres de la Iglesia alzan la condena con
ironía (por ejemplo, ¿no es lo mismo cortar la carne con un cuchillo ordinario
que con uno con joyas incrustadas?) Juan Crisóstomo se burla de los que van a
la caza de los zapatos de seda (de aquella época; hoy serían “de marca”), no es
por los zapatos mismos, sino por la vaciedad de ideales de vida que ello
refleja.
Por último, san Basilio hace una crítica al
consumismo desmedido: «Reprocha a los ricos por haber imaginado mil ocasiones
de gastar y emplear el dinero para transformar lo superfluo en necesario».
Mons. José
Francisco González González
XIV Obispo de
Campeche

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