jueves, 15 de octubre de 2015

SEMANA DE LA FAMILIA 2015 EN LA DIÓCESIS DE CAMPECHE


SEMANA DE LA FAMILIA 2015
EN LA DIÓCESIS DE CAMPECHE

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.

«La Familia es reflejo de la Santísima Trinidad, que en su misterio más íntimo no es soledad, sino una familia», expresó el recordado san Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Postsinodal Familiaris Consortio, sobre la Familia.

En efecto, Dios –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo– es una familia y por eso no resulta extraño que la obra de su creación que mejor lo da a conocer es la familia humana. Además, el Hijo de Dios, al encarnarse lo hizo en el seno de una familia, no apareció así nomás en la tierra. Por eso es que la familia también es el primer lugar para encontrar a Dios y saber cómo es.

Hoy concluimos la Semana de la Familia 2015 en todas las parroquias y comunidades de las iglesias particulares de Campeche, Cancún-Chetumal, Tabasco y Yucatán, que, juntas, en comunión, forman la Provincia Eclesiástica de Yucatán.

Desde el lunes 5 y hasta el viernes 9 de octubre hemos tenido una preciosísima oportunidad de reflexionar, a través de interesantes talleres, sobre la originalidad de la familia Cristiana y de cada uno de sus integrantes, en orden a complementar sus diversidades.

Y digo que es una preciosísima oportunidad porque la familia, «núcleo natural y fundamental de la sociedad», es la institución que el ser humano experimenta más cercana en su historia personal, pues todos tenemos, o hemos tenido, una familia, funcional o disfuncional, con sus limitaciones y asegunes, pero todos, incluso Jesús, hemos nacido y/o vivido en el seno de una familia.

Si nos detenemos a mirar con atención la vida de Jesús descubriremos que siempre vivió en relación con la familia: Nació en el seno de una familia (Lc 2,1-12); en su familia, creció en edad, sabiduría y gracia (Lc 2, 39-40; 51-52); dio testimonio de la importancia del matrimonio y la familia en Caná de Galilea durante una fiesta de bodas en medio de un estallido de alegría (Jn 2, 1-11); finalmente, murió en la cruz rodeado de su familia, es decir, María, su madre, y de los que se habían convertido en sus hermanos (Mt 12, 46-50).

La vida de Jesús insiste en la necesidad de poner a la familia en el primer lugar de todos nuestros intereses, tareas y preocupaciones. A través de una familia vino y seguirá viniendo la salvación al mundo.

Por eso mismo, una sociedad que no cuida la familia reniega de sí misma y seca la fuente natural de la vida buena. Los grandes valores que hacen grande una sociedad, una ciudad, un país y a cada uno de sus habitantes tienen su cuna original en la familia: El respeto por la vida en todas sus formas y edades; la fraternidad, la solidaridad, el trato digno y justo para todos como iguales, el respeto por la autoridad, etc., son valores que brotan de la familia y necesitan de ella para subsistir.

La familia, el hogar en el que cada uno de nosotros nace y crece, es una escuela que está en la base de todas las demás; una escuela que, cuando falta, se desorienta la conciencia, presenta graves fallas la relación con Dios y con la Iglesia e, incluso, se ve gravemente cuestionada la capacidad de relacionarse socialmente y de adquirir un aprendizaje para la vida diaria.

Es en el seno de una familia, donde la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe.

En efecto, el gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la trasmite y testimonia. Por esa fe que hemos recibido, nuestra familia necesita siempre de la visita de Jesucristo, el Hijo de Dios, para iluminar con la luz de su presencia y de su Palabra, la oscuridad en que nos sume alguna situación difícil en la vida.

El papa Francisco en su Homilía durante la Misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias, en Filadelfia, significó que «la fe abre la ventana a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos […] Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada.

Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe».

Los Obispos Latinoamericanos reunidos en Aparecida en 2007, nos ayudan a recordar que: «Dios ama nuestras familias a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia de Cristo, invocada a través de la oración en la familia, nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre nuevos caminos de esperanza» (DA 119).



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