EL AMOR ES UNA
PROMESA QUE EL HOMBRE
Y LA MUJER HACEN A CADA HIJO
DESDE QUE ES CONCEBIDO
Texto oficial de la Catequesis del Papa
Francisco durante la Audiencia General del miércoles 14 de Octubre de
2015 en la Plaza de san Pedro del Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Hoy como las previsiones del tiempo eran un
poco inseguras, se esperaba lluvia, esta audiencia se realiza simultáneamente
en dos lugares, nosotros en la plaza y 700 enfermos en el aula Pablo VI que
siguen la audiencia en las pantallas, todos estamos unidos, los saludamos con
un aplauso.
La palabra de Jesús es fuerte hoy ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Jesús es realista y dice que es inevitable que vengan los escándalos pero ¡ay del hombre que causa el escándalo!
Yo quisiera antes de iniciar la catequesis,
en nombre de la Iglesia, pedirles perdón por los escándalos que en estos
últimos tiempos han ocurrido tanto en Roma como en el Vaticano ¡les pido
perdón!
Hoy reflexionamos sobre un tema muy
importante: las promesas que hacemos a los niños. No hablo tanto de las
promesas que hacemos aquí o allí, durante el día, para que estén contentos o
para que sean buenos, (quizá con algún truco inocente, te doy un caramelo, esas
promesas…) para convencerlos de que se apliquen en la escuela o para disuadirlos
de algún capricho. Hablo de las promesas más importantes, decisivas para lo que
esperan de la vida, para su confianza con los seres humanos, para su capacidad
de concebir el nombre de Dios como una bendición.
Nosotros, adultos, estamos listos para hablar
de los niños como de una promesa de vida. Y también nos conmovemos con
facilidad, diciendo a los jóvenes que son nuestro futuro. Es verdad. Pero a
veces me pregunto si somos serios sobre su futuro. Con el futuro de los niños,
con el futuro de los jóvenes. Una pregunta que debemos hacernos más a menudo es
esta: ¿cuán leales somos con las promesas que hacemos a los niños, haciéndolos
venir a nuestro mundo? Nosotros los hacemos venir al mundo y ésto es una
promesa. ¿Qué les prometemos a ellos?
Recibimiento y cuidado, cercanía y atención,
confianza y esperanza, son muchas otras promesas de base, que se pueden resumir
en una sola: amor. Nosotros prometemos amor, es decir, el amor que se expresa
en la recepción, en el cuidado, en la cercanía, en la atención, en la
confianza, en la esperanza. Pero la gran promesa es el amor.
Ésta es la forma más adecuada de recibir a
un ser humano que viene al mundo, y todos nosotros lo aprendemos, antes aún de
ser conscientes. Me gusta mucho cuando veo a los papás y mamás, cuando paso
entre ustedes, y me traen a un niño, o una niña pequeños. ¿Cuánto tiempo
tiene?, tres semanas, cuatro semanas, pero busco que el Señor lo bendiga, esto
se llama amor también.
La promesa, el amor es una promesa que el
hombre y la mujer hacen a cada hijo: desde que es concebido en el pensamiento.
Los niños vienen al mundo y se espera tener confirmación de esta promesa: lo
esperan de forma total, confiada, indefensa. Basta con mirarlos: en todas las
razas, en todas las culturas, en todas las condiciones de la vida.
Cuando sucede lo contrario, los niños son
heridos por un escándalo insoportable, aún más grave en cuanto que no tienen
medios para descifrarlo. No pueden entender qué cosa sucede. Dios vigilia sobre
esta promesa desde el primer instante. ¿Se acuerdan qué dice Jesús?, que los
ángeles de los niños reflejan la mirada de Dios, y Dios no pierde nunca de
vista a los niños (Mt 18,10)'. ¡Ay de aquellos que traicionan su confianza, ay
de ellos! Su confiado abandono a nuestra promesa, que nos compromete desde el
primer instante, nos juzga.
Y quisiera añadir otra cosa, con mucho
respeto por todos, pero también con mucha franqueza. Su espontánea confianza en
Dios no debería nunca ser herida, sobre todo cuando lo que sucede es motivo de
una cierta presunción (más o menos inconsciente) de sustituir a Dios. La tierna
y misteriosa relación de Dios con el alma de los niños no debería ser violada.
Es una relación real que Dios la quiere y Dios la cuida. El niño está preparado
desde el nacimiento para sentirse amado por Dios. Desde el principio es capaz
de sentir que es amado por sí mismo, un hijo siente también que hay un Dios que
ama a los niños.
Los niños recién nacidos comienzan a recibir
como regalo, junto con el alimento y los cuidados, la confirmación de las
cualidades espirituales del amor. Los actos de amor pueden pasar a través del
don del nombre personal, el compartir el lenguaje, las intenciones de las
miradas, lo que iluminan las sonrisas. Aprenden así que la belleza de la unión
entre los seres humanos se dirige hacia nuestra alma, busca nuestra libertad,
acepta la libertad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor.
Un segundo milagro, una segunda promesa:
nosotros - padre y madre – ¡nos donamos a ti, para que tú te dones a ti mismo!
Y esto es amor, ¡que trae una chispa de del amor de Dios! Pero ustedes, padres
y madres, tienen esta chispa de Dios que dan a los niños, ustedes son
instrumento del amor de Dios y esto es bello, bello, bello.
Solo si miráramos a los niños con los ojos
de Jesús, podríamos realmente entender en qué sentido, defendiendo la familia,
protegemos a la humanidad.
El punto de vista de los niños es el punto
de vista del Hijo de Dios. La Iglesia misma, en el Bautismo, hace grandes
promesas a los niños, con las que compromete a los padres y a la comunidad
cristiana. La santa Madre de Jesús -por medio de la cual el Hijo de Dios ha
llegado a nosotros, amado y generado como un niño- haga a la Iglesia capaz de
seguir el camino de su maternidad y de su fe. Y san José -hombre justo, que lo
ha recibido y protegido, honrando con valentía la bendición y la promesa de
Dios -nos haga dignos de hospedar a Jesús en cada niño que manda sobre la
tierra.

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