CADA VEZ QUE
MIREMOS AL CRISTO NEGRO,
SEÑOR DE SAN ROMÁN,
PENSEMOS EN EL AMOR QUE ÉL NOS
TIENE
Homilía de Mons. Christophe
Pierre, Nuncio Apostólico en México en la Misa por 450 aniversario de la
llegada a Campeche del Cristo Negro, Señor de san Román. Lunes 14 de Septiembre de 2015 en
el Santuario Diocesano del Cristo Negro de san Román.
Muy queridos
hermanos y hermanas:
En el
contexto de la solemne Clausura del Año Jubilar, convocados por la devoción que
brota de la fe celebramos ahora nuestra Eucaristía en torno a la venerada
imagen del “Cristo Negro, Señor
de San Román”; signo visible de Aquel que, si bien murió
sobre el patíbulo de la Cruz, vive sin embargo resucitado y, así, camina con
nosotros: Jesucristo, el Hijo eterno de Dios que se hizo hombre; el mismo que
dentro de poco tiempo se hará presente sacramentalmente entre nosotros bajo las
especies del pan y del vino; el mismo que naciendo en Belén creció en una
familia, pasó haciendo el bien, que fue crucificado y murió, pero que luego
resucitó para rescatar de las tinieblas del mal a todo hombre. Ese Jesús, a
quien esta imagen quiere ayudarnos a tener siempre presente en nuestros
corazones y en nuestras vidas.
Reunidos en
torno al altar, nuestro deseo prioritario es, ante todo, dar gracias a Dios y
alabarlo por los innumerables beneficios concedidos a esta comunidad
parroquial, a cada uno de sus miembros y a los miles de devotos de la imagen
del Cristo Negro. Actitud a la cual es bueno unir nuestros anhelos y esperanzas, pero
también, el deseo de pedir perdón por las fallas cometidas a lo largo de la
vida, junto con el propósito de acercándonos al sacramento de la penitencia, en
donde el Señor nos espera para perdonarnos.
Nosotros,
queridas hermanas y hermanos, tenemos efectivamente motivos más que suficientes
para dar gracias al Señor. Darle gracias no solo con actitudes que pueden
quedarse en lo superficial y pasajero; sino para darle gracias con la vida, con
una existencia que se ajuste a la voluntad de Dios. Una gratitud que sea
reconocimiento y acogida plena de Dios en la propia vida. Es decir, una acción
de gracias proclamada y vivida desde la humildad, desde la pequeñez, desde la
confianza plena y desde la sencillez del corazón que ha sabido comprender y
acoger el anuncio bueno del Evangelio.
Gracias,
precisamente, al anuncio del Evangelio, a lo largo de los tiempos los hombres y
los pueblos han tratado, también a través de los signos, de hacer presente y de
encarnar la Buena Nueva de la salvación en la propia cultura, forjando así su
propia identidad cultural y religiosa. Y ha sido desde esa propia identidad
cultural que, a su vez, han surgido bellas devociones y admirables tradiciones
que han ayudado a reforzar los lazos de hermandad y de pertenencia en las
diversas comunidades.
En este
horizonte se coloca la presencia y devoción a la imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román”; una imagen que a través de su materialidad nos ha ayudado y nos
sigue ayudando a tomar conciencia de la presencia real, amorosa, “milagrosa” y
efectiva del Señor Jesús entre nosotros, impulsándonos, así, a amarlo más, a
estar con Él, a conocerlo, a seguirle y a obedecerle mejor.
¡Sí!, queridas
hermanas y hermanos. En su infinita bondad, el Señor Jesús ha querido y quiere
también a través de su imagen, recordarnos su promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo”(Mt 28,20), y las fuerzas del Maligno no podrán contra mi Iglesia (Cfr. Mt 16,18). Pero nos recuerda también que si Él está y
estará siempre cerca de nosotros para darnos su misma vida, es para que de
igual modo nosotros nos esforcemos por estar cerca de Él, no solo cerca de su
imagen, sino también y sobre todo, cerca de Él, vivo y presente en la Iglesia,
en la Palabra, en los Sacramentos, en los demás, particularmente en los
enfermos, en los pobres, en los que son despreciados por el mundo.
Todos, -creo
yo-, hemos tenido la oportunidad de aprender desde niños a hacer la señal de la
Cruz. Muchos llevamos un Crucifijo colgado en el cuello. La Cruz está en los
altares de los templos y en otros muchos lugares, en nuestras casas y también
en la parte más alta de las Iglesias como signo externo de nuestra fe.
Pero, ¿comprendemos
lo que ello significa? ¿Nos hemos tomado un tiempo en nuestra vida para
contemplar el misterio que cada cruz y cada crucifijo contienen? ¿Un tiempo
para contemplar la Cruz, pero, sobre todo, para contemplar al Dios hecho hombre
que murió en ella como si fuera un criminal, y todo porque, amándonos, ha
querido y quiere salvarnos? ¡Sí! hermanos. La contemplación de la imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román”, no es para admirar la belleza que en medio de sus expresiones nos
trasmite, sino para llevarnos a la contemplación profunda del Misterio del Hijo
de Dios que nos salva.
Misterio del
que precisamente nos habla hoy la palabra de Dios por medio del Apóstol San
Pablo. Habla del descendimiento del Hijo de Dios que, de estar en la unidad con
el Padre y el Espíritu Santo, se abajó tomando carne de nuestra carne,
haciéndose uno de nosotros, conviviendo con nosotros y haciéndose nuestro
servidor. Se abajó y se humillo sin límites: hasta la profundidad del sepulcro.
Pero fue así que venció a la oscuridad de la muerte y sus consecuencias.
Resucitando, retorno triunfante a la casa de Dios; a la derecha del Padre. Así,
la Cruz, -como nos dice San Pablo-, es descendimiento y humillación total, pero
también glorificación del Hijo eterno de Dios, Jesucristo Nuestro Señor. Cristo
Crucificado es, por ello, el signo más elocuente del Amor de Dios por cada ser
humano.
¡Sí!
queridas hermanas y hermanos. Es el amor lo que está al origen del misterio del
abajamiento de Dios, y lo que la imagen venerada del “Cristo Negro, Señor de San Román” quiere manifestarnos. Es eso lo que nos dice cada vez que dirigimos a
Él nuestra mirada: que "tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen
en Él, sino que tengan vida eterna". Nos
muestra que el amor de Dios por nosotros, no tiene medida.
Pero si
Jesús clavado en la cruz es el signo del amor, de la ternura y de la
misericordia de Dios por nosotros, pecadores, su imagen crucificada se nos
presenta también como “denuncia” de la monstruosidad de nuestros pecados. Mirar
a Jesucristo en la cruz "pagando por nuestras culpas", nos hace ver
cuán grave y grande es el mal que provoca el pecado. Porque, en efecto, han
sido y son nuestros pecados, los de cada una y cada uno, los que han crucificado
a Cristo Jesús. Por ello, cada vez que miremos la imagen querida del “Cristo Negro, Señor de San Román”, pensemos en el amor que nos tiene, pero, también pensemos en lo
ingratos que somos con Él con nuestros pecados. Y, al pensar en esto, hagamos siempre
el propósito de acercarnos al confesionario para pedir perdón, y acerquémonos
al Sagrario para pedir renovada fuerza para hacer de nuestra vida, como Jesús,
un don de amor.
Queridos
amigos y amigas: Jesús es el Maestro, el Camino, la Verdad y la Vida. Unidos a
Él, renunciando al pecado esforcémonos por ser, con la palabra y las obras,
verdaderos hijos de Dios llamados a vivir la fraternidad y la justicia aquí y
ahora. Llamados a reconciliarnos con Dios y a reconciliarnos con los demás: es
este el mensaje que el “Cristo Negro, Señor
de San Román” lanza siempre a todo aquel que a Él dirige
su mirada. Mensaje de amor: de amor a Dios y de amor a todos los seres humanos.
En Cristo Jesús tenemos la certeza de ser amados. Podrán fallarnos
muchas cosas, pero el amor de Dios que Cristo nos ha mostrado dando su vida por
nosotros en la cruz, nunca nos va a fallar. “Nadie podrá arrebatarnos el amor de Cristo”.
Dios se
acerca a su pueblo por medio de Jesús; se acerca a nosotros que en muchos
momentos de nuestra vida nos alejamos de Él. Pero el Señor, en lugar de
abandonarnos viene a nosotros por medio de la Iglesia con su Palabra y con los
sacramentos a rescatarnos, a curarnos, a levantarnos.
Es esta la gran certeza que, sobre todo en los momentos difíciles de la
existencia, nos debe llenar de esperanza. Certeza de que Jesús jamás nos
abandona, aún cuando muchas veces seamos más bien nosotros quienes con mucho
facilidad solemos alejarnos de Él.
¡Seamos, por
tanto, más y más verdaderos cristianos! Y ser cristiano, es querer vivir como
Cristo, tener sus mismos sentimientos, aprender de su corazón a vivir del amor
del Padre y a entregar ese amor a los demás en los gestos pequeños y humildes
de la existencia.
Ojalá que la
venerada imagen del “Cristo Negro, Señor
de San Román” les recuerde cada día lo que hoy hemos
meditado. Les recuerde que Jesús murió en Cruz porque quiere no solo ayudarnos
en nuestras necesidades temporales, sino también, porque quiere conducirnos a
la casa eterna del Padre a donde Él llegó con su Resurrección y con su
Ascensión. Que su imagen nos mueva, entonces, a amarle más y más, a obedecer su
mandato y a amar de corazón a los hermanos.
Y entonces,
por intercesión de la Santísima Virgen María pidamos a Jesús que convierta a
los violentos y pecadores, que conforte a los tristes, consuele a los decaídos,
aliente a los que titubean, ayude a los enfermos, socorra a los pobres y que a
todos nos conceda abundantes gracias y bendiciones. Pidámosle que conceda a
todos y cada uno la gracia de llevar una vida intachable, humilde y sencilla,
enmarcada y sostenida por un amor fiel que se traduzca en buenas obras, en gozo
profundo y en reconocimiento agradecido a su acción salvadora de nuestras
vidas.
¡Cristo
negro!: “En ti confiamos, ¡Señor de San Román!,
y de tu misericordia infinita esperamos alcanzar el remedio de nuestras
necesidades”. Amén.

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