miércoles, 16 de septiembre de 2015

HOMILÍA DE MONS. CHRISTOPHE PIERRE, NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO, EN EL 450 ANIVERSARIO DE LA LLEGADA A CAMPECHE DEL CRISTO NEGRO, SEÑOR DE SAN ROMÁN.


CADA VEZ QUE MIREMOS AL CRISTO NEGRO,
SEÑOR DE SAN ROMÁN,
PENSEMOS EN EL AMOR QUE ÉL NOS TIENE

Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México en la Misa por 450 aniversario de la llegada a Campeche del Cristo Negro, Señor de san Román. Lunes 14 de Septiembre de 2015 en el Santuario Diocesano del Cristo Negro de san Román.

Muy queridos hermanos y hermanas: 

En el contexto de la solemne Clausura del Año Jubilar, convocados por la devoción que brota de la fe celebramos ahora nuestra Eucaristía en torno a la venerada imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román”; signo visible de Aquel que, si bien murió sobre el patíbulo de la Cruz, vive sin embargo resucitado y, así, camina con nosotros: Jesucristo, el Hijo eterno de Dios que se hizo hombre; el mismo que dentro de poco tiempo se hará presente sacramentalmente entre nosotros bajo las especies del pan y del vino; el mismo que naciendo en Belén creció en una familia, pasó haciendo el bien, que fue crucificado y murió, pero que luego resucitó para rescatar de las tinieblas del mal a todo hombre. Ese Jesús, a quien esta imagen quiere ayudarnos a tener siempre presente en nuestros corazones y en nuestras vidas.

Reunidos en torno al altar, nuestro deseo prioritario es, ante todo, dar gracias a Dios y alabarlo por los innumerables beneficios concedidos a esta comunidad parroquial, a cada uno de sus miembros y a los miles de devotos de la imagen del Cristo Negro. Actitud a la cual es bueno unir nuestros anhelos y esperanzas, pero también, el deseo de pedir perdón por las fallas cometidas a lo largo de la vida, junto con el propósito de acercándonos al sacramento de la penitencia, en donde el Señor nos espera para perdonarnos.

Nosotros, queridas hermanas y hermanos, tenemos efectivamente motivos más que suficientes para dar gracias al Señor. Darle gracias no solo con actitudes que pueden quedarse en lo superficial y pasajero; sino para darle gracias con la vida, con una existencia que se ajuste a la voluntad de Dios. Una gratitud que sea reconocimiento y acogida plena de Dios en la propia vida. Es decir, una acción de gracias proclamada y vivida desde la humildad, desde la pequeñez, desde la confianza plena y desde la sencillez del corazón que ha sabido comprender y acoger el anuncio bueno del Evangelio.

Gracias, precisamente, al anuncio del Evangelio, a lo largo de los tiempos los hombres y los pueblos han tratado, también a través de los signos, de hacer presente y de encarnar la Buena Nueva de la salvación en la propia cultura, forjando así su propia identidad cultural y religiosa. Y ha sido desde esa propia identidad cultural que, a su vez, han surgido bellas devociones y admirables tradiciones que han ayudado a reforzar los lazos de hermandad y de pertenencia en las diversas comunidades.

En este horizonte se coloca la presencia y devoción a la imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román”; una imagen que a través de su materialidad nos ha ayudado y nos sigue ayudando a tomar conciencia de la presencia real, amorosa, “milagrosa” y efectiva del Señor Jesús entre nosotros, impulsándonos, así, a amarlo más, a estar con Él, a conocerlo, a seguirle y a obedecerle mejor.

¡Sí!, queridas hermanas y hermanos. En su infinita bondad, el Señor Jesús ha querido y quiere también a través de su imagen, recordarnos su promesa: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”(Mt 28,20), y las fuerzas del Maligno no podrán contra mi Iglesia (Cfr. Mt 16,18). Pero nos recuerda también que si Él está y estará siempre cerca de nosotros para darnos su misma vida, es para que de igual modo nosotros nos esforcemos por estar cerca de Él, no solo cerca de su imagen, sino también y sobre todo, cerca de Él, vivo y presente en la Iglesia, en la Palabra, en los Sacramentos, en los demás, particularmente en los enfermos, en los pobres, en los que son despreciados por el mundo.

Todos, -creo yo-, hemos tenido la oportunidad de aprender desde niños a hacer la señal de la Cruz. Muchos llevamos un Crucifijo colgado en el cuello. La Cruz está en los altares de los templos y en otros muchos lugares, en nuestras casas y también en la parte más alta de las Iglesias como signo externo de nuestra fe.

Pero, ¿comprendemos lo que ello significa? ¿Nos hemos tomado un tiempo en nuestra vida para contemplar el misterio que cada cruz y cada crucifijo contienen? ¿Un tiempo para contemplar la Cruz, pero, sobre todo, para contemplar al Dios hecho hombre que murió en ella como si fuera un criminal, y todo porque, amándonos, ha querido y quiere salvarnos? ¡Sí! hermanos. La contemplación de la imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román”, no es para admirar la belleza que en medio de sus expresiones nos trasmite, sino para llevarnos a la contemplación profunda del Misterio del Hijo de Dios que nos salva.

Misterio del que precisamente nos habla hoy la palabra de Dios por medio del Apóstol San Pablo. Habla del descendimiento del Hijo de Dios que, de estar en la unidad con el Padre y el Espíritu Santo, se abajó tomando carne de nuestra carne, haciéndose uno de nosotros, conviviendo con nosotros y haciéndose nuestro servidor. Se abajó y se humillo sin límites: hasta la profundidad del sepulcro. Pero fue así que venció a la oscuridad de la muerte y sus consecuencias. Resucitando, retorno triunfante a la casa de Dios; a la derecha del Padre. Así, la Cruz, -como nos dice San Pablo-, es descendimiento y humillación total, pero también glorificación del Hijo eterno de Dios, Jesucristo Nuestro Señor. Cristo Crucificado es, por ello, el signo más elocuente del Amor de Dios por cada ser humano.

¡Sí! queridas hermanas y hermanos. Es el amor lo que está al origen del misterio del abajamiento de Dios, y lo que la imagen venerada del “Cristo Negro, Señor de San Román” quiere manifestarnos. Es eso lo que nos dice cada vez que dirigimos a Él nuestra mirada: que "tanto amó Dios al mundoque entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna". Nos muestra que el amor de Dios por nosotros, no tiene medida.

Pero si Jesús clavado en la cruz es el signo del amor, de la ternura y de la misericordia de Dios por nosotros, pecadores, su imagen crucificada se nos presenta también como “denuncia” de la monstruosidad de nuestros pecados. Mirar a Jesucristo en la cruz "pagando por nuestras culpas", nos hace ver cuán grave y grande es el mal que provoca el pecado. Porque, en efecto, han sido y son nuestros pecados, los de cada una y cada uno, los que han crucificado a Cristo Jesús. Por ello, cada vez que miremos la imagen querida del “Cristo Negro, Señor de San Román”, pensemos en el amor que nos tiene, pero, también pensemos en lo ingratos que somos con Él con nuestros pecados. Y, al pensar en esto, hagamos siempre el propósito de acercarnos al confesionario para pedir perdón, y acerquémonos al Sagrario para pedir renovada fuerza para hacer de nuestra vida, como Jesús, un don de amor.

Queridos amigos y amigas: Jesús es el Maestro, el Camino, la Verdad y la Vida. Unidos a Él, renunciando al pecado esforcémonos por ser, con la palabra y las obras, verdaderos hijos de Dios llamados a vivir la fraternidad y la justicia aquí y ahora. Llamados a reconciliarnos con Dios y a reconciliarnos con los demás: es este el mensaje que el “Cristo Negro, Señor de San Román” lanza siempre a todo aquel que a Él dirige su mirada. Mensaje de amor: de amor a Dios y de amor a todos los seres humanos.
En Cristo Jesús tenemos la certeza de ser amados. Podrán fallarnos muchas cosas, pero el amor de Dios que Cristo nos ha mostrado dando su vida por nosotros en la cruz, nunca nos va a fallar. “Nadie podrá arrebatarnos el amor de Cristo”. 

Dios se acerca a su pueblo por medio de Jesús; se acerca a nosotros que en muchos momentos de nuestra vida nos alejamos de Él. Pero el Señor, en lugar de abandonarnos viene a nosotros por medio de la Iglesia con su Palabra y con los sacramentos a rescatarnos, a curarnos, a levantarnos.
Es esta la gran certeza que, sobre todo en los momentos difíciles de la existencia, nos debe llenar de esperanza. Certeza de que Jesús jamás nos abandona, aún cuando muchas veces seamos más bien nosotros quienes con mucho facilidad solemos alejarnos de Él.

¡Seamos, por tanto, más y más verdaderos cristianos! Y ser cristiano, es querer vivir como Cristo, tener sus mismos sentimientos, aprender de su corazón a vivir del amor del Padre y a entregar ese amor a los demás en los gestos pequeños y humildes de la existencia.

Ojalá que la venerada imagen del “Cristo Negro, Señor de San Román” les recuerde cada día lo que hoy hemos meditado. Les recuerde que Jesús murió en Cruz porque quiere no solo ayudarnos en nuestras necesidades temporales, sino también, porque quiere conducirnos a la casa eterna del Padre a donde Él llegó con su Resurrección y con su Ascensión. Que su imagen nos mueva, entonces, a amarle más y más, a obedecer su mandato y a amar de corazón a los hermanos.

Y entonces, por intercesión de la Santísima Virgen María pidamos a Jesús que convierta a los violentos y pecadores, que conforte a los tristes, consuele a los decaídos, aliente a los que titubean, ayude a los enfermos, socorra a los pobres y que a todos nos conceda abundantes gracias y bendiciones. Pidámosle que conceda a todos y cada uno la gracia de llevar una vida intachable, humilde y sencilla, enmarcada y sostenida por un amor fiel que se traduzca en buenas obras, en gozo profundo y en reconocimiento agradecido a su acción salvadora de nuestras vidas.

¡Cristo negro!: “En ti confiamos, ¡Señor de San Román!, y de tu misericordia infinita esperamos alcanzar el remedio de nuestras necesidades”. Amén.




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