VERDAD Y TOLERANCIA
Artículo de Mons. Eugenio Andrés Lira
Rugarcía,
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM.
“Cada
cabeza es un mundo”, dice un viejo refrán. Y es cierto. Existen diferentes
formas de ser, de sentir, de pensar, de hablar y de actuar. Pero esto no debe
ser obstáculo para el respeto, el diálogo, la comprensión y la sana
convivencia, ya que todos formamos una sola familia humana.
Aquel
que lo comprende es capaz de desarrollar una importante virtud: la tolerancia,
un concepto muy de moda hoy y que parece indisolublemente unido a las
sociedades democráticas, cuando en realidad es fruto del cristianismo, como lo
reconoce François Marie Arouet, llamado “Voltaire”, quien después de ofrecer un
análisis del Evangelio, concluye: “Si quieren parecerse a Jesucristo, sean
mártires y no verdugos”.
“Sé
tolerante, puesto que para esto has nacido –exclama san Agustín– Sé
tolerante en la convicción de que también tú eres tolerado”. Efectivamente,
una sana convivencia familiar y social, requiere respetar que la esposa o el
esposo, los hijos, los papás, la novia o el novio, la gente mayor, los jóvenes,
y quienes forman parte de la sociedad, sientan, piensen y actúen de forma
distinta a la nuestra. Incluso, puede ser que estén equivocados, pero eso no
les quita la dignidad humana que poseen por ser personas.
La
tolerancia no es un estado inmutable y acrítico que da cabida
indiscriminadamente a todas las opiniones otorgándoles el mismo valor, lo que
en realidad no conduciría a ningún lado, sino que es un camino que, partiendo
de la verdad sobre la dignidad de la persona, permite reflexionar sobre la
validez de los sentimientos, las creencias o los pensamientos propios y ajenos,
para, mediante un diálogo respetuoso acerca de las verdades que se han
alcanzado –o que se han creído alcanzar– caminar juntos hacia la verdad
completa, que es derecho y necesidad de todo ser humano.
“El
diálogo –afirmaba Juan Pablo II– es paso obligado hacia
la autorrealización del individuo y de cada comunidad humana, y es también
importante para proponer una firme base de paz”. Dialogando nos conocemos
mejor y crecemos en la colaboración.
Así, en
la búsqueda de la verdad, incluso la oposición “puede convertirse en
complementariedad”, como señala Joseph Ratzinger. Por eso, dialogar no
significa traicionar la verdad, lo que lejos de ayudar a superar las
diferencias, termina por hacerlas resurgir tarde o temprano con nueva
intensidad. No decir la verdad o decirla parcialmente por temor, es una
traición a la dignidad humana.
Comunicar
de manera correcta la verdad que se ha creído encontrar no es arrogancia ni
imposición, sino un servicio para quien con honestidad busca la verdad; esa
verdad que permite al ser humano alcanzar aquel estado de plenitud que llamamos felicidad.

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