miércoles, 18 de noviembre de 2015

POR UNA ECOLOGÍA INTEGRAL (CUARTA PARTE)


POR UNA ECOLOGÍA INTEGRAL (4)
Hacia una nueva cultura ecológica

Reflexiones en torno a la Carta Encíclica Laudato Si del Papa Francisco, compartidas por Mons. Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Monterrey, y Mons. Juan Armando Pérez Talamantes, Obispo Auxiliar de Monterrey, en el Senado de la República con motivo del Foro “La pobreza y el cambio climático”.

1.- El diálogo sobre el ambiente en la política internacional. Es necesario un proyecto común, superando la perspectiva parcial de algunos países. «Necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”» Las cumbres mundiales sobre el ambiente no han sido eficaces por falta de decisión política.

2.- El diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales. El diálogo global promueva iniciativas locales buscando responsabilidad, sentido comunitario, un cuidado especial y una creatividad generosa en relación con el ambiente. La política y la economía deben salir de la lógica eficientista e inmediatista, centrada sobre el lucro y el éxito electoral a corto plazo.

3.- Favorecer debates sinceros y honestos. Dialogar sobre las políticas e iniciativas empresariales que promueven un auténtico desarrollo integral. Mejorar la eficacia de los estudios de impacto ambiental, los cuales requieren procesos políticos transparentes y en diálogo con la sociedad, evitando el daño al ambiente y a las poblaciones menos aventajadas.

4.- Política y economía en diálogo para la plenitud humana. «El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente». Una mirada diversa nos permite darnos cuenta de que «desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a mediano plazo.» Yendo más lejos, sería necesario «redefinir el progreso», vinculándolo al mejoramiento de la calidad real de la vida de las personas.

5.- Las religiones en el diálogo con las ciencias. Las ciencias empíricas no explican completamente la vida, y las soluciones técnicas serán ineficaces «si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad», virtudes alentadas por las religiones. Es necesario exhortar a las religiones a «un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de una red de respeto y de fraternidad». El camino del diálogo requiere paciencia, ascesis y generosidad.

Capítulo 6

“Educación y espiritualidad ecológica”, es el encabezado del capítulo sexto (202-245). Quizá el más bello de los apartados, nos presenta la idea de conversión ecológica como central. La clave, nos dice el Papa, consiste en apostar por otro estilo de vida, profundizando en la educación ecológica y en la sacramentalidad de la creación.

El texto concluye con dos oraciones bellísimas (246): una por nuestra tierra y otra cristiana con la creación. Es necesario resaltar el tono franciscano de estas oraciones y, en general, de toda la encíclica. No sólo porque Bergoglio eligió ese nombre al ser elegido Papa, ni tampoco por el título del documento -tomado del famoso cántico de San Francisco- sino porque se consolida la figura del santo de Asís como patrono de los ecologistas, y recupera el carácter revolucionario, que no simplemente romántico, de su hermandad con los seres creados.

4. Ejes temáticos de la Encíclica Laudato Si

+ Deterioro de la calidad de vida humana y degradación social (Cap I).

De la absoluta confianza en el progreso científico, y en los bienes que traería consigo, la humanidad está pasando a una etapa de mayor conciencia en el deterioro de nuestra calidad de vida, consecuencia de un antropocentrismo tecnológico que no respeta a la naturaleza, y que produce la degradación social. Siguiendo a Aparecida, estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura. Gran responsabilidad tienen las naciones y las empresas poderosas, que se concentran en enmascarar los problemas en vez de resolverlos.

+ La necesidad de debates sinceros y honestos (Cap 1).

El Papa Francisco lamenta la debilidad de la reacción política internacional. Las Cumbres mundiales sobre el medio ambiente han fracasado. Pareciera que a los países más industrializados, y a las empresas que surgen en ellas les interesa más preservar sus ganancias económicas que cuidar el bien común. Esperamos que entre los ecologistas radicales que ven el fin del mundo en los próximos meses, y quienes todavía confían en el progreso y la tecnología como motor de solución para todos nuestros problemas, puedan darse discusiones razonables y auténticas, carentes de segundas intenciones, sobre todo económicas.

+ El valor propio de cada criatura (Cap 2).

El que Dios nos haya encargado “dominar” la tierra no significa su autorización para que abusemos de ella, para que la utilicemos en nuestro beneficio de manera arbitraria y opresora. Por el contrario. Somos administradores, jardineros, de este gran paraíso que Dios nos ha regalado y que debemos de cuidar. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes es una regla de oro del comportamiento social y el primer principio de todo el ordenamiento ético-social. Nadie, entonces, puede apropiarse de un bien sólo para el propio beneficio, sino para el de todos, en especial de los más necesitados.

+ La crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología (Cap 3).

El Papa Francisco se suma a los muchos analistas que han criticado nuestros criterios de consumo: el paradigma tecnocrático tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito. Las finanzas ahogan a la economía real. En la raíz de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de antropocentrismo: el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder. Se está perdiendo el valor de las relaciones interpersonales.




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