EL HOMBRE DE FE, EN
CONSTANTE
ACTITUD DE ESPERA
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio
Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
Con la fiesta
solemne de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos hoy domingo 22 de
Noviembre, finaliza el año litúrgico católico-cristiano, durante el cual hemos
realizado un recorrido por los misterios de Cristo, desde su nacimiento, su
vida y ministerio pastoral, su pasión, muerte y resurrección, hasta llegar a la
conclusión con la mirada y el corazón puestos en Cristo, Rey del Universo, de
nuestras vidas, de nuestras ciudades, de nuestra Iglesia.
Durante las últimas semanas, a través
de la liturgia, Jesús nos ha invitado a revisar y evaluar nuestra vida a la luz
de la fe. ¿Qué tanto he crecido en mi fe durante este año litúrgico que está
por finalizar? ¿He vivido con fidelidad y perseverancia el estilo de vida que
Jesús me invita a vivir? ¿Qué he hecho con los dones y gracias que Dios me ha
dado? ¿Ahora que llega el final de este año litúrgico entrego frutos de vida,
de esperanza, de amor? ¿En algo he ayudado para construir el Reino de Dios?
No se trata de hacer una revisión de
vida que nos conduzca al miedo, a la desesperación, al sin-sentido de la vida
de fe. Se trata más bien de una evaluación al estilo de los exámenes que un
profesor aplica a sus alumnos al final del ciclo escolar para tener certeza de
su aprovechamiento y tener bases para tomar decisiones para el futuro de cada
alumno: lo promueve al grado siguiente o repite el mismo grado.
En efecto, de esa revisión de vida
surge la certeza de cómo vamos consolidando nuestra fe y nuestro amor hacia
Cristo, el Señor. Si descubrimos que vamos avanzando… ¡Animo! No hay que
llenarse de soberbia ni de seguridad personal, pues cada día de la vida hay que
avanzar en el camino de la fe.
Si descubrimos que no hemos crecido
nada durante el año litúrgico 2014-2015, o peor aún, que hemos dado algún paso
atrás… ¡No nos desanimemos! Dios nos da una nueva oportunidad para esforzarnos,
para crecer en la vida de fe. Dios nos ofrece un nuevo año litúrgico que
iniciaremos, Dios mediante, el próximo domingo 29 de Noviembre, para crecer y
robustecer nuestra fe.
Creamos las palabras que Dios dirige a
su pueblo por boca del Profeta Ezequiel: «Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y
velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se
encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los
lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad».
«Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo
mismo las haré reposar […] Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la
descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda
y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia».
En este ambiente de fe nos disponemos a
iniciar un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento, que nos prepara a
celebrar el tiempo de la venida del Señor.
Una vez más renovaremos la llamada a la
esperanza cristiana que nos dice que, cualquiera que sea la situación que
vivamos, Dios siempre está con nosotros, Dios siempre se hace presente entre
nosotros y se hace compañero de camino, Dios nos acompaña y nos invita a
preparar los caminos para que pueda llegar a todos nosotros.
El Adviento nos prepara a la
celebración de la Navidad, misterio de fe a través del cual Dios se nos
ofrecerá de la manera más cercana y alegre: En un niño recién nacido, en brazos
de una madre que lo ama profundamente.
Para llegar a ese momento de profunda
alegría y paz, será necesario ir preparando el camino, ir creciendo en el deseo
de acoger a Dios en nuestra vida. Siempre, pero sobre todo en el Adviento, la
liturgia de la Iglesia es rica en signos externos que nos ayudan a vivir con
más conciencia este tiempo de preparación, que nos ayudan a vivir actitudes,
que tocan nuestras cuerdas más sensibles.
Uno de estos signos pedagógicos, que
nos van indicando el camino de preparación, es la Corona de Adviento, un signo
muy arraigado entre nosotros, pero que sería conveniente que en cada hogar, en
cada familia, hubiera una.
Con este signo de la Corona de
Adviento, sencillo y dinámico, se trata de ir creando una actitud de espera. Al
inicio de la primera semana de Adviento se enciende una vela; el segundo
domingo, dos velas; y así sucesivamente hasta que en vísperas de la Navidad, el
cuarto domingo de Adviento, ya están encendidas las cuatro velas. Hemos
caminado de la oscuridad a la luz plena. La corona de Adviento, quiere
ayudarnos a descubrir que el hombre sin Dios camina en la oscuridad, y que la
presencia de Dios transforma la oscuridad en luz.
No queremos seguir caminando en la
oscuridad, por eso exclamamos ¡ven, Señor Jesús! Entonces, la Navidad, día de la llegada de Jesús, se convierte
en la fiesta de la luz. «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una
gran luz». Jesucristo, el Hijo de Dios, es la Luz del mundo, y con su venida
entre nosotros nos ilumina y nos llena de esperanza.
Ojalá que en este Adviento 2015 se
tenga la Corona de Adviento en la familia, en el grupo de catequesis, en el
grupo apostólico, pues es una oportunidad para tener un sencillo pero profundo
momento de oración y preparación en camino hacia la Navidad.

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