A 50 AÑOS DEL
CONCILIO VATICANO II,
ATREVERNOS A DAR NUEVOS PASOS
Artículo de Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola, Obispo Auxiliar de
Monterrey.
Considero
que hoy no debemos seguir hablando de que todavía nos falta asimilar o aplicar
el Concilio Vaticano II a nuestra realidad, y de que no lo hemos acabado de
entender, después de haberlo leído y estudiado por 50 años. Documentos que
tomaron en cuenta y surgieron en un contexto muy distinto al actual.
Hoy más
bien debemos ya preguntarnos: ¿Qué sigue? Tomarlo sin duda, como punto de
referencia, como aprendizaje –no agotado-, pero como experiencia, como manera
de enfrentar valientemente una época, incluso el modo de cómo actualizarse,
pero ahora es necesario mirar hacia delante, buscando cómo responder a los
desafíos futuros y presentes. (Tres nuevos documentos nos señalan esta ruta: Evangelii Gaudium, Laudato Sí, y el texto final del Sínodo de la Familia).
Sobre
todo, teniendo tantos temas pendientes y apremiantes en los que avanzar, entre
ellos: frenar y disuadir las guerras; el aniquilamiento humano (ISIS y la
cultura del descarte); la injusta desigualdad económica; el drama de los
refugiados y migrantes; el desequilibrio y destrucción del medio ambiente; la
degradación humana, con sus múltiples desviaciones y vicios (legalización del
aborto y de las drogas); la mentalidad antinatalista; la realidad amplia,
compleja y no regulada de la bioética; la afectividad y la sexualidad, vivida
con tanta confusión y desorientación; la necesidad de una cada vez mayor
participación de los laicos, especialmente de la mujer, en la pastoral, los
consejos y gobierno de la Iglesia; una todavía mayor sensibilidad por las
situaciones de vulnerabilidad en las familias (incluyendo las miembros con
atracción al mismo sexo); la impostergable apertura y salida de la Iglesia
hacia los no católicos, los renegados, los indiferentes y los alejados.
Junto
con ello, nos impele el ataque frontal a la corrupción, que empobrece nuestros
pueblos, e impide un crecimiento justo y una defensa verdadera de nuestra casa
común.
Hoy
necesitamos también celebrar mejores eucaristías, que digan y lleguen más a la
vida de la gente, y realizarlas también afuera, donde están las personas, en
las plazas, en las empresas, en los parques, en las centrales obreras, en las
colonias, en los playas, en los campos.
Y
abrirnos sin miedo, a la búsqueda de nuevos caminos, y ya no solo a la luz de
los ya recorridos o conocidos.
Hoy,
como Iglesia, necesitamos ser más audaces, y dar muchos pasos hacia
delante.
¡Vamos
a darlos!

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