LA HONESTIDAD,
SIGNO
DE APERTURA Y CONFIANZA
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio
Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
«Señor, tú que guías al universo con
sabiduría y amor, escucha las oraciones que te dirigimos por nuestra patria, a
fin de que la prudencia de sus gobernantes y la honestidad de los ciudadanos
mantengan la concordia y la justicia y se alcancen el verdadero progreso y la
paz».
Esta es la oración colecta que hicimos el pasado 15
de septiembre al celebrar la misa por nuestra Patria, la cual insiste en la
responsabilidad de todos y cada uno de nosotros en la consecución del progreso
y la paz en México.
Hoy quiero detener la mirada sobre el valor de la
honestidad, la honestidad de los ciudadanos, dice la oración. La honestidad que
es un valor imprescindible en las relaciones interpersonales, para que éstas
puedan desarrollarse en un ambiente de confianza, concordia y armonía, pues
garantiza la credibilidad de una persona.
La honestidad se manifiesta en la conducta que la
persona observa hacia el prójimo, porque expresa el respeto por uno mismo y por
los demás; la honestidad matiza la vida de apertura, confianza y sinceridad;
expresa la disposición de vivir en la luz, mientras que la deshonestidad es una
disposición a vivir en la oscuridad.
Hay que reconocer que la honestidad es una
condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad, para la
auténtica vida comunitaria. Toda actividad social o eclesial, que requiera una
acción concertada, se obstruye cuando las personas no viven el valor de la
honestidad, pues la honestidad nos permite sentir seguridad y confianza en el
otro.
He querido reflexionar sobre este valor tan
importante porque hace poco más de una semana, por un descuido involuntario,
dejé al alcance de otras personas el teléfono celular, después de responder una
llamada de una joven que pedía fuera a darle el Sacramento de la Unción de los
enfermos a su padre, quien se encuentra delicado en el Hospital Manuel Campos.
Después de explicarle que en ese momento no podía
darle ese auxilio, pues me dirigía a dar una catequesis y terminando celebraría
la misa, acordamos que, como no estaba muy grave, iría al hospital después de
las 8 de la noche, finalizada la misa. Y así sucedió.
Y así también sucedió que “desapareció” el celular.
En el lapso de las 4 horas que transcurrieron desde que recibí la llamada hasta
que llegué al hospital, alguna persona se encontró y tomó el teléfono celular.
Seguramente quien lo haya “encontrado” se ha de
haber enojado conmigo, pues no le será de mucha utilidad; ese equipo vino con
muchas fallas: en ocasiones, al intentar responder una llamada se apaga el
celular, se escucha entrecortada la voz, los mensajes a veces no les recibe en
el instante en que son enviados, etc.
Además, el material que tiene guardado, creo que,
desgraciadamente para esta persona, no le será muy interesante. Espero que no
haya borrado el material guardado pues conserva el audio de varias Homilías
dominicales del Obispo, de la homilía de la Misa de réquiem del padre Basilio,
etc. Ojalá las pueda escuchar antes de deshacerse de ellas y en algo puedan
servirle esas reflexiones.
Y si en algo puede interesarle, hay tres audios de
igual número de ponencias de cuando vino a Campeche el subprocurador Juan de
Dios Castro; habla sobre derechos humanos y al exhortar a los padres de familia
a cuidar de sus hijos, sobre todo los adolescentes, explica de manera sencilla
la forma como los y las jóvenes son introducidos al mundo de la droga y del
crimen organizado.
Todos estos datos, pueden hacer suponer, a quien se
“encontró” el celular, que pertenece a una persona ligada a la iglesia, porque
además, como fondo de pantalla tenía un bello paisaje marino con una barca y el
rostro de Cristo. Si la persona que lo encontró quisiera devolver, podría haber
esperado una llamada de algún contacto y explicarle la situación. Seguramente
le dirían a quien pertenecía el teléfono y donde poder encontrarme.
Pero eso no sucedió. Pasaron los días y todo siguió
igual. Tuve que dar de baja la línea en la compañía telefónica para rescatar el
mismo número y poder empezar de nuevo a recuperar el número del celular de las
personas con quienes, por motivos pastorales, tengo contacto.
Sin embargo, estoy tentado a dar de baja algo de
mucho más valor, para mí, que una línea telefónica o un equipo celular: la
confianza en las personas. Como mencionaba antes, la honestidad matiza la vida
de apertura, confianza y sinceridad y expresa la disposición de vivir en la
luz.
Siempre he creído que la confianza es parte
fundamental de la vida de los seres humanos; siempre lo he defendido; así me
enseñaron mis padres; así, por años, se ha vivido en la familia. Porque si no
confiamos en quienes nos rodean, nos hacemos daño a nosotros mismos. Un corazón
desconfiado entristece y envejece rápidamente. Un corazón rodeado con una cerca
de alambre de púas o de “protectores”, como las ventanas y las puertas de las
casa de hoy, renuncia a esa disposición de vivir en la luz, para entrar en el
mundo de las sombras.
El novelista francés G. Bernanos rendía culto a
la confianza entre los hombres, al grado que, afirma José Luis Martín Descalzo,
«cuando alguien le contó que en cierta región de Brasil las casas no tenían
puertas, ni cerrojos, ni llaves, se marchó a vivir allí, seguro de que quienes
así pensaban por fuerza habían de ser hombres completos».

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