¡JESÚS, SI TÚ LO
QUIERES,
TAMBIÉN LO QUIERO
YO!
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio
Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
Hace poco más de
cinco años, el 25 de septiembre en el santuario
de Ntra. Sra. del Divino Amor, a 20 km de la ciudad de Roma, fue beatificada la joven Clara Luz, quien murió hace apenas veinticinco
años, pero que es un espléndido ejemplo de amor en el dolor y cuya memoria
litúrgica se celebra, desde entonces, el 29 de Octubre.
A la emotiva ceremonia de beatificación asistieron sus padres
Ruggero y María Teresa Badano, el obispo emérito de Acqui, Mons. Livio
Maritano, quien conoció a Clara y que fue el que promovió y llevó adelante la
causa de beatificación, y muchos jóvenes amigos de Clara, quienes integraron el
coro. Con cada palabra cantada una sonrisa.
Para todos hay alegría: Clara Badano, la hija, la amiga,
desde el cielo los acompaña y ahora ya no es sólo suya. ¡Ya es del mundo
entero! Es un modelo para la Iglesia.
«Clara, de nombre y de hechos, es santa». Se escucha al
inicio de su beatificación cuando se lee su breve biografía. A los 17 años, se
inició su calvario de casi dos años, recuerda el lector. Clara no lloró. «Si lo
quieres tú Jesús, también lo quiero yo». No perdió su sonrisa. «Yo no tengo
nada, pero tengo todavía el corazón, y con él, siempre puedo amar», decía. Su
habitación era un lugar de encuentro, de apostolado, de unidad.
Mons. Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa
de los Santos, y quien presidió la ceremonia de beatificación, leyó la carta
apostólica que acoge el pedido del Obispo de Acqui, declarando Beata a esta
joven laica.
Entonces se hace la luz: Se muestra el cuadro de la nueva
Beata. Sus luminosos ojos iluminaron el santuario del Divino Amor, desde el
cuadro. Su mamá sonríe. No recuerda la muerte de su hija, celebra su vida. Su
padre luce un poco más triste. Ella sonríe mientras dos minutos de aplausos
espontáneos reconocen la vida de la joven.
A la mente de muchos de los presentes viene el comentario de
uno de los médicos que la atendieron: «Su sonrisa y sus grandes ojos luminosos
nos probaban que la muerte no existe. No hay más que la vida».
¿Quién es Clara Badano?
Después de 11 años de matrimonio, a los esposos Ruggero y
Maria Teresa Badano se les cumplió el sueño de la llegada de su primera y única
hija: Clara, quien nació el 29 de octubre de 1971 en una pequeña población
llamada Sassello, ubicada en la región de Liguria, al norte de Italia.
En 1981 conoció al movimiento de los Focolares, gracias a una
amiga llamada Chicca que la invitó a hacer parte del movimiento GEN (Generación
nueva). A Jesús lo puso en el primer lugar. Lo llamaba mi «esposo».
De joven le gustaba cantar, bailar, jugar tenis y patinar.
Amaba la montaña y el mar. También trataba de ir a misa todos los días.
Un partido de tenis cuando tenía 17 años fue el evento que
cambió radicalmente la vida de Clara Badano. Allí comenzó a sentir dolores muy
fuertes. Era el principio de la enfermedad que meses después la llevó a la
muerte. «Por ti, Jesús, ¡si tú lo quieres, yo también lo quiero!», eran las
palabras que repetía durante su agonía.
Los dolores iban empeorando. Luego le realizaron más exámenes
médicos. El resultado fue el más temido: un osteosarcoma, un tipo de cáncer de
huesos de los más graves y dolorosos. Clara acoge la noticia con mucho valor.
Después de un largo silencio, sin lágrimas ni rebeldía, dice: «¡Soy joven,
saldré de ésta!».
Su madre todavía recuerda cuando llegó a casa después de la
primera sesión de quimioterapia. «No quería hablar. La miraba y veía la
expresión de su rostro; toda la lucha que estaba combatiendo dentro de sí para
dar su SÍ a Jesús». Tras 25 minutos le dijo a su madre: «ahora puedes hablar».
Exámenes médicos, operaciones quirúrgicas, quimioterapia...
Nada funciona y el mal avanza a pasos agigantados, llegando a la médula
espinal. Entonces perdió el uso de sus piernas. «Si tuviera que elegir entre
caminar o ir al paraíso, no tendría dudas, escogería el paraíso», dijo Clara.
Así transcurrió varios meses de agonía que le ayudaron a
prepararse para su encuentro con Jesús. «Los momentos más bellos fueron durante
el último verano», testimonia su amiga Kika. «Ella permanecía inmóvil en su
cama», recuerda. «No lloró, no se lamentó, miraba en un mueble la imagen de
Jesús».
Clara quiso preparar su propio funeral: los cantos de la
misa, el vestido y el peinado. «Todo para ella era una fiesta. Quería ser en
terrada con un vestido blanco, como una esposa que va a encontrarse con Jesús».
Y le hizo una última exhortación a su madre: «Cuando me
vistas, deberás repetir tres veces: “Ahora Clara ve a Jesús”». Clara pidió que
las córneas de sus ojos fueran donadas a dos jóvenes.
Murió en la madrugada del 7 de octubre de 1990. Fue llevada
por Jesús a la presencia de Dios, en el día en que la Iglesia celebra la
memoria litúrgica de Ntra. Sra. del Rosario. Las últimas palabras de Clara a su
madre fueron: «Sé feliz porque yo lo soy».

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