DOMINGO XXX DEL
TIEMPO ORDINARIO
25 de Octubre de
2015
Un discípulo ciego
Seguimos
adelante en nuestro año litúrgico. En esta ocasión el Evangelio de Marcos
10,46-52 nos presenta el caso de una vocación realizada. A veces, Dios llama,
pero el hombre no quiere (o no puede) responder, por múltiples razones. Hace 15
días veíamos el caso del joven rico, quien tristemente no respondió a la
llamada divina.
El
ciego Bartimeo es un discípulo perfecto. Él es el ciego que llegó a ‘ver’ y a
caminar. La narración es un resumen magistral de las exigencias de Jesús a sus
discípulos, colocada, precisamente, al final de la sección del evangelio
denominada “del camino”, en las cercanías de la ciudad de Jerusalén.
Bartimeo
no pide nada en concreto, sólo misericordia. Otros acompañantes lo querían
asilenciar, que no hablara. Pero, él insistía aún más. Jesús lo llama a través
de sus compañeros. Ellos le dicen: «¡Ánimo, levántate! Te llama» (Mc 10,49).
Bartimeo
no duda un instante. Abandona el manto y llega hasta Jesús. Su petición, ahora,
es más concreta: «Rabbuní, ¡que vea!» (Mc 10,51). Jesús asiente, acoge de buen
grado la petición. Le dona la visión.
La
grande fe en el Maestro le ha dado la salvación. Bartimeo ve ahora
perfectamente, y se suma a la comitiva. Él sigue incondicionalmente a Jesús
«por el camino» (Mc 10,52).
Bartimeo
no ve, es como los discípulos que no entienden. Se reconoce ciego, no puede
realmente apreciar quién es Jesús, pero confía en su poder. Por eso,
desaforadamente pide misericordia. No se calla, aunque lo quieren asilenciar.
El
ciego está al borde del camino, como el judío rico, cumplidor de la ley (Mc
10,17-22), pero, a diferencia de éste, el ciego no ha recibido la llamada al
seguimiento. Son los ‘seguidores’ de Jesús, quienes lo llaman. Es claro, que
éstos están obedeciendo la orden del Maestro, no lo llaman en nombre propio.
Un discípulo ciego que ve
Podemos
considerar, que en la llamada de los discípulos, dirigida al ciego, es la
Iglesia mediadora, quien llama. El papel de la Iglesia es ser intermediaria.
Ella da el anuncio de confianza a los hombres de buena voluntad que quieren
ver.
La
respuesta de Bartimeo, en contra posición a la del joven rico (Mc 10,17-22), es
inmediata, rápida, sin titubeos. Abandona todo lo que tiene, lo deja todo
atrás. Su pobre capa, caída en el suelo, simboliza el cambio radical, la vida
nueva a la que va a responder.
Él es el
prototipo del creyente liberado, pues ya no tiene otro oficio que seguir a
Jesús en el camino a Jerusalén. De un salto llega a Jesús, quien lo había
llamado. Entra, así, en la esfera de Dios.
El
Maestro le dirige la misma pregunta que a Santiago y a Juan (Mc 10,36): «¿Qué
quieres que te haga?» (Mc 10,51). Bartimeo no quiere los primeros puestos en el
Reino. Él sólo quiere ‘ver’, estar en el grupo de los curados, como el ciego de
Betsaida (Mc 8,25).
Este
ciego tiene fe, y Jesús le hace el milagro, sin pedirle nada a cambio.
Simplemente le dice «vete» (10,52). No se ‘va’, sino que vendrá acompañando,
siguiendo a Aquél que lo curó. Es un ejemplo preclaro de una vocación que es
acogida y respondida.
Pero
Bartimeo puede ya ‘ver’ que el milagro ha salido de Dios. Ahora ve
perfectamente a Jesús. Por eso no puede hacer menos que los discípulos:
seguirle por el camino.
Bartimeo,
el ciego que ‘ve’ a Jesús, lo sigue sin dudas. Es el prototipo del seguidor
perfecto, que sin haber visto nunca antes a Jesús, oye que pasa por su camino,
es llamado por mediación de otros, y encara personalmente al Maestro, y termina
uniéndose a los discípulos que suben con Jesús a Jerusalén. Se puede decir que
Bartimeo anticipa la historia de la pascua (Mc 16,7), en la que todos los discípulos
verán al Cristo en forma plena.
¡Señor,
que vea!
Mons.
José Francisco González González
XIV
Obispo de Campeche

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