martes, 27 de octubre de 2015

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE PARA EL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
25 de Octubre de 2015

Un discípulo ciego

Seguimos adelante en nuestro año litúrgico. En esta ocasión el Evangelio de Marcos 10,46-52 nos presenta el caso de una vocación realizada. A veces, Dios llama, pero el hombre no quiere (o no puede) responder, por múltiples razones. Hace 15 días veíamos el caso del joven rico, quien tristemente no respondió a la llamada divina.

El ciego Bartimeo es un discípulo perfecto. Él es el ciego que llegó a ‘ver’ y a caminar. La narración es un resumen magistral de las exigencias de Jesús a sus discípulos, colocada, precisamente, al final de la sección del evangelio denominada “del camino”, en las cercanías de la ciudad de Jerusalén.

Bartimeo no pide nada en concreto, sólo misericordia. Otros acompañantes lo querían asilenciar, que no hablara. Pero, él insistía aún más. Jesús lo llama a través de sus compañeros. Ellos le dicen: «¡Ánimo, levántate! Te llama» (Mc 10,49).

Bartimeo no duda un instante. Abandona el manto y llega hasta Jesús. Su petición, ahora, es más concreta: «Rabbuní, ¡que vea!» (Mc 10,51). Jesús asiente, acoge de buen grado la petición. Le dona la visión.

La grande fe en el Maestro le ha dado la salvación. Bartimeo ve ahora perfectamente, y se suma a la comitiva. Él sigue incondicionalmente a Jesús «por el camino» (Mc 10,52).

Bartimeo no ve, es como los discípulos que no entienden. Se reconoce ciego, no puede realmente apreciar quién es Jesús, pero confía en su poder. Por eso, desaforadamente pide misericordia. No se calla, aunque lo quieren asilenciar.

El ciego está al borde del camino, como el judío rico, cumplidor de la ley (Mc 10,17-22), pero, a diferencia de éste, el ciego no ha recibido la llamada al seguimiento. Son los ‘seguidores’ de Jesús, quienes lo llaman. Es claro, que éstos están obedeciendo la orden del Maestro, no lo llaman en nombre propio.

Un discípulo ciego que ve

Podemos considerar, que en la llamada de los discípulos, dirigida al ciego, es la Iglesia mediadora, quien llama. El papel de la Iglesia es ser intermediaria. Ella da el anuncio de confianza a los hombres de buena voluntad que quieren ver.

La respuesta de Bartimeo, en contra posición a la del joven rico (Mc 10,17-22), es inmediata, rápida, sin titubeos. Abandona todo lo que tiene, lo deja todo atrás. Su pobre capa, caída en el suelo, simboliza el cambio radical, la vida nueva a la que va a responder.

Él es el prototipo del creyente liberado, pues ya no tiene otro oficio que seguir a Jesús en el camino a Jerusalén. De un salto llega a Jesús, quien lo había llamado. Entra, así, en la esfera de Dios.

El Maestro le dirige la misma pregunta que a Santiago y a Juan (Mc 10,36): «¿Qué quieres que te haga?» (Mc 10,51). Bartimeo no quiere los primeros puestos en el Reino. Él sólo quiere ‘ver’, estar en el grupo de los curados, como el ciego de Betsaida (Mc 8,25).

Este ciego tiene fe, y Jesús le hace el milagro, sin pedirle nada a cambio. Simplemente le dice «vete» (10,52). No se ‘va’, sino que vendrá acompañando, siguiendo a Aquél que lo curó. Es un ejemplo preclaro de una vocación que es acogida y respondida.

Pero Bartimeo puede ya ‘ver’ que el milagro ha salido de Dios. Ahora ve perfectamente a Jesús. Por eso no puede hacer menos que los discípulos: seguirle por el camino.

Bartimeo, el ciego que ‘ve’ a Jesús, lo sigue sin dudas. Es el prototipo del seguidor perfecto, que sin haber visto nunca antes a Jesús, oye que pasa por su camino, es llamado por mediación de otros, y encara personalmente al Maestro, y termina uniéndose a los discípulos que suben con Jesús a Jerusalén. Se puede decir que Bartimeo anticipa la historia de la pascua (Mc 16,7), en la que todos los discípulos verán al Cristo en forma plena.

¡Señor, que vea!


Mons. José Francisco González González
XIV Obispo de Campeche





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