LA IGLESIA, UNA
FAMILIA
HOSPITALARIA DE PUERTAS ABIERTAS
Texto oficial de la Catequesis del Papa
Francisco durante la Audiencia General del miércoles 9 de Septiembre
de 2015 en la Plaza de san Pedro del Vaticano.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quiero
centrar hoy nuestra atención en el vínculo entre la familia y la comunidad
cristiana. Es un vínculo, por decirlo así, «natural», porque la Iglesia es una
familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia (cf. LG, 9).
La comunidad
cristiana es la casa de quienes creen en Jesús como fuente de la fraternidad
entre todos los hombres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la
historia de los hombres y las mujeres, de los padres y las madres, de los hijos
y las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes
acontecimientos de las potencias mundanas se escriben en los libros de
historia, y ahí quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe
directamente en el corazón de Dios; y es la historia que permanece para la
eternidad. Es este el lugar de la vida y de la fe.
La familia
es el ámbito de nuestra iniciación —insustituible, indeleble— en esta historia.
Una historia de vida plena, que terminará en la contemplación de Dios por toda
la eternidad en el cielo, pero comienza en la familia. Este es el motivo por el
cual es tan importante la familia.
El Hijo de
Dios aprendió la historia humana por esta vía, y la recorrió hasta el final
(cf. Hb 2, 18; 5, 8). Es hermoso volver a contemplar a Jesús y los
signos de este vínculo. Él nació en una familia y allí «conoció el mundo»: un
taller, cuatro casas, un pueblito de nada. De este modo, viviendo durante
treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola
en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica.
Luego,
cuando dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a sí una
comunidad, una «asamblea», es decir una con-vocación de personas. Este es el
significado de la palabra «iglesia».
En los
Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una
familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: en ella encontramos a
Pedro y a Juan, pero también a quien tiene hambre y sed, al extranjero y al
perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y las multitudes.
Y Jesús no
deja de acoger y hablar con todos, también con quien ya no espera encontrar a
Dios en su vida. Es una lección fuerte para la Iglesia. Los discípulos mismos
fueron elegidos para hacerse cargo de esta asamblea, de esta familia de los
huéspedes de Dios.
Para que
esta realidad de la asamblea de Jesús esté viva en el hoy, es indispensable
reavivar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. Podríamos decir
que la familia y la parroquia son los dos lugares en los que se
realiza esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo. Una
Iglesia de verdad, según el Evangelio, no puede más que tener la forma de una casa
acogedora, con las puertas abiertas, siempre. Las iglesias, las parroquias, las
instituciones, con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben
llamar museos.
Y hoy, esta
es una alianza crucial. «Contra los “centros de poder” ideológicos, financieros
y políticos, pongamos nuestras esperanzas en estos centros del amor
evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la
participación», y también en el perdón entre nosotros.
Reforzar el
vínculo entre familia y comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente.
Cierto, se necesita una fe generosa para volver a encontrar la inteligencia y
la valentía para renovar esta alianza. Las familias a veces dan un paso hacia
atrás, diciendo que no están a la altura: «Padre, somos una pobre familia e
incluso un poco desquiciada», «No somos capaces de hacerlo», «Ya tenemos tantos
problemas en casa», «No tenemos las fuerzas».
Esto es
verdad. Pero nadie es digno, nadie está a la altura, nadie tiene las fuerzas.
Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo nos viene dado,
gratuitamente dado. Y el Señor nunca llega a una nueva familia sin hacer algún
milagro. Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná. Sí, el Señor, si nos
ponemos en sus manos, nos hace hacer milagros —¡pero esos milagros de todos los
días!— cuando está el Señor, allí, en esa familia.
Naturalmente,
también la comunidad cristiana debe hacer su parte. Por ejemplo, tratar de
superar actitudes demasiado directivas y demasiado funcionales, favorecer el
diálogo interpersonal y el conocimiento y la estima recíprocos. Las familias
tomen la iniciativa y sientan la responsabilidad de aportar sus dones preciosos
para la comunidad.
Todos
tenemos que ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto
de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia tienen que hacer el
milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.
En Caná,
estaba la Madre de Jesús, la «madre del buen consejo». Escuchemos sus palabras:
«Hagan lo que Él les diga» (cf. Jn 2, 5).
Queridas
familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar por esta Madre,
hagamos todo lo que Jesús nos diga y nos encontraremos ante el milagro, el
milagro de cada día. Gracias

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