EL GRITO SILENCIOSO DE UN ADOLESCENTE
Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra.
de Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
«Gerardo, de apenas doce años de edad, optó por quitarse la
vida al colgarse de un árbol de nance ubicado en el patio aledaño de su casa en
Halachó…».
He quedado impresionado y consternado al leer en los
periódicos del pasado domingo 27 de Junio esta estremecedora noticia. Y es
mayor mi preocupación cuando uno de los periódicos reporta que «en lo que va
del año, ya son cinco los menores de edad que se suicidan» en Yucatán; menores
que van desde los nueve a los 15 años de edad.
La del sábado 26 de Junio es la historia de Gerardo, - así
dicen los reporteros que se llamaba -, un adolescente, ¡casi un niño!, de doce
años que fue hallado colgado de un árbol de nance, aparentemente sin motivo
alguno. Sus padres desconocen cuál pudo ser el motivo. No tenía ninguna razón
para hacer lo que ha hecho, dicen sus angustiados padres.
Para sus padres, sus amigos, sus vecinos, sus profesores…,
era un niño normal. Todos le creían un niño feliz. Todo era normal. Pero
aquella mañana Gerardo caminó, entre decidido y temeroso, la distancia que lo
separaba de aquella mata de nance, quizá llevando en sus manos ese pedazo de
cable de dos metros, que emplearía para acabar con su vida.
¡Tenía doce años, sólo doce años! Aquella mañana caminó,
entre decidido y temeroso, con la esperanza de encontrarse con algún compañero que
lo llevara con él a jugar una “cascarita”; con algún amigo que lo invitara a
platicar para no sentirse tan solo; o con el vecino que lo regañase por meterse
a su terreno; pero no se encontró con nadie. Por eso siguió caminando,
descubriendo cómo en cada paso que avanzaba se iban extinguiendo sus últimas
chispas de esperanza. No se encontró con nadie. Por eso siguió caminando,
descubriendo cómo no le quedaba más salida que tomar el cable y atarlo
cuidadosamente a la mata de nance.
¿Qué habrá pasado por su mente en esos momentos, Dios mío?
¿Habrá recordado que doce años antes había estado en el seno materno, donde se
sentía caliente, seguro, amorosamente protegido; donde únicamente había amor;
donde su madre le acariciaba con sus sueños, sueños llenos de esperanza, pues
aquel niño que esperaban con emoción era una bendición?
¿Habrá traído a su mente que en la escuela sus profesores le
hablaron de los grandes adelantos científicos y tecnológicos del hombre: viajes
al espacio, caminar en la luna, computadoras, iPod, MP3, internet, satélites,
autos, luz eléctrica, etc.? ¿Se habrá preguntado para qué han servido todos
estos adelantos si en el mundo muchos niños-adolescentes, como él, no son
felices? ¿Para qué sirven todos los adelantos de la digimodernidad si nadie es
capaz de percibir esa soledad que viven los niños, - y también los
adolescentes, los jóvenes, los adultos y hasta los ancianos- cuando no se
sienten suficientemente amados?
Cuanta verdad hay en las palabras del ya fallecido Mons. Van
Thuan, cardenal vietnamita que pasó muchos años en la cárcel bajo el régimen
comunista, cuando asegura que «si un niño es pobre, pero goza del amor de sus
padres, será un niño feliz».
¿Habrá imaginado este pequeño que su muerte franquearía las
fronteras de la pequeña población donde vivía y se convertiría en noticia que
saldría en los periódicos? ¿Habrá vislumbrado que muchas personas nos
estremeceríamos leyendo al día siguiente la trágica historia de su temprana y
abrupta muerte? ¿Habría imaginado que un sacerdote escribiría un artículo sobre
él, tratando de entender cómo es posible que llegue la noche a una vida que se
encuentra en el amanecer?
¿Se habrá dado cuenta este pequeño que en los últimos
instantes de su vida un grito se escapó de su garganta? Un grito que nadie
escuchó, pero que hoy nos interpela a muchos. Un grito silencioso que suplica,
¡exige!, nos pongamos en acción para abatir este problema que debe preocuparnos
a todos: el suicidio, especialmente el suicidio de los niños. Seguramente
Gerardo nunca leyó las estadísticas que indican que en la Península de Yucatán
se presenta el 60% de los casos de suicidios a nivel nacional; además, el
estado de Campeche, a nivel nacional, ocupa el segundo lugar en número de
suicidios, sólo detrás de Yucatán. Tenemos un gran desafío ante nosotros.
¡Tenías doce años, sólo doce años! Gerardo, ignoro las razones
que te condujeron a tomar esa decisión. No lo entiendo, porque los niños son un
don y signo de la presencia de Dios en nuestro mundo. Sólo sé que hoy nadie
puede permanecer indiferente ante la soledad y el sufrimiento de tantos niños.
Gerardo, pequeño, ¡no tengas miedo! Dios, a través del
profeta Daniel nos hace una promesa: «Los que enseñaron a otros a ser buenos,
brillarán como estrellas por toda la eternidad» (Dn 12,3). Seguramente tu vida,
en sus doce años, ayudó a muchos a ser buenos. Y hoy, después de tu partida,
con tu grito silencioso, quieres ayudarnos a muchos más a ser buenos, a ser
mejores… No tengas miedo. ¡Brillarás como las estrellas por toda la eternidad y
tu luz, resplandor de la luz de Jesús, nos irá indicando el camino para hacer
mejor nuestro mundo!

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