NADA JUSTIFICA LA
VIOLENCIA
Artículo de Mons. Eugenio Andrés Lira
Rugarcía,
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM.
“Estoy conmocionado, no entiendo estas cosas hechas por seres humanos”,
dijo el Papa Francisco al referirse a los recientes atentados
perpetrados en París, que causaron varios muertos y heridos. Y afirmó: “No hay
justificación religiosa ni humana. No es humano”. Efectivamente, no hay
justificación religiosa, humana, política o económica para ninguna forma
de violencia en México, en Medio Oriente, en Francia o en cualquier parte
del mundo.
Sin embargo, por desgracia la violencia tiende a crecer y a
extenderse en el ámbito familiar, comunitario, nacional e internacional. Sus
expresiones son diversas: física, sexual, psíquica, moral, patrimonial,
privaciones y abandono, y se presenta en las relaciones de pareja, en el
hogar, en los ambientes juveniles, en las escuelas, los lugares de
trabajo, los orfanatos, los asilos, los centros penitenciarios, etc.
Una de las manifestaciones de la violencia es la “colectiva”, que, como
explica la Organización Mundial de la Salud, es la que usan
personas que se identifican a sí mismas como miembros de un grupo frente a otro
grupo o conjunto de individuos, con el fin de lograr objetivos políticos,
económicos o sociales, adoptando diversas formas: conflictos armados
dentro de los Estados o entre ellos, actos de violencia perpetrados por
los Estados, terrorismo, crimen organizado, etc.
¿Cuál es la causa de fondo que provoca la violencia? La negación de la
verdad, lo que nos encierra en un
individualismo egoísta, relativista, utilitarista e indiferente que
nos hace reducirnos unos a otros al nivel de objeto de placer, de producción y
de consumo, lo que engendra situaciones de injusticia, inequidad
y violencia que hacen crecer la rabia, el resentimiento, la
desesperación y el deseo de venganza.
Sin embargo, esto no es irremediable ¡Podemos construir la
paz! Para ello es preciso adecuar nuestra inteligencia
y nuestro corazón a la realidad. Así seremos capaces de reconocer,
respetar, promover y defender la dignidad, los derechos
y los deberes de toda persona, y de tomar conciencia de las
gravísimas cuestiones que afligen a la familia humana, como el fundamentalismo
y sus masacres, las persecuciones a causa de la fe y de la pertenencia étnica,
las violaciones de la libertad y de los derechos de los pueblos, el abuso y la
esclavitud de las personas, la corrupción y el crimen organizado, las guerras
que causan el drama de los refugiados y de los emigrantes forzados.
Hacernos sensibles frente a estas dramáticas realidades nos ayudará a
que cada uno procuremos actuar responsablemente de acuerdo a las
propias posibilidades y a que sumemos esfuerzos para
construir juntos, empezando por casa y por nuestros
ambientes, un mundo más consciente en el que a todos se haga
posible un desarrollo integral y una vida en paz. Esa paz que, como decía Juan
XXIII, se alcanza en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

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