EL ADVIENTO ANUNCIA
LA VIDA QUE ESTÁ
POR LLEGAR
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio
Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
Hoy, domingo 29
de Noviembre, iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo de gracia, el Adviento,
que es un tiempo de espera y de preparación para la venida de Jesús, el
Salvador del mundo.
Es importante
que vivamos este tiempo en un ambiente de fe, unidos en oración y en la escucha
orante de la Palabra de Dios, para aprovechar este tiempo
privilegiado y así fortalecer nuestra identidad cristiana: somos todos verdaderos
discípulos y misioneros de Jesucristo en esta Iglesia de Dios que peregrina en
Campeche.
Los
acontecimientos importantes, por lo general, se preparan con anticipación, de
manera que dicho acontecimiento alcance los fines propuestos y rinda frutos y
beneficios. El Adviento es el tiempo fuerte de gracia que nos prepara a la
celebración del Nacimiento de Jesús.
En este Adviento
2015, la auténtica oración cristiana habrá de acercarnos más a Dios, a
conocerlo y a amarlo más y mejor. La oración y la reflexión fiel siempre llevan
a los discípulos-misioneros a construir la comunión, a transformar su realidad
y a comprometerse a llevar una auténtica vida cristiana.
En México, en
todo el mundo, desde hace algunos años, muchos están obstinados en buscar quien
sembró la cizaña, la mala hierba; es decir, buscan al culpable de la escalada
de violencia que vivimos actualmente, pero sin afanarse en buscar algún camino
de solución para detener esta espiral de violencia.
Al igual que en
varios países de América Latina y del mundo, en México se está deteriorando, en
la vida social, la convivencia armónica y pacífica, por el crecimiento
desmesurado de la violencia, que cada día destruye más vidas humanas y llena de
dolor a las familias y a la sociedad.
Algo tenemos que
hacer para transformar esta realidad y reconstruir el tejido social, pues si
continuamos así, en algunos años más estaremos perdidos. Tenemos que
esforzarnos por construir un nuevo rostro de nuestro país, buscando la paz y no
la violencia, buscando la vida y no la muerte, buscando la libertad y no la
esclavitud que provoca el crimen organizado y las adicciones.
Continuar así
significa creer más en la violencia que en la paz, significa aceptar todo
cuanto nos propone esta sociedad de la prepotencia y de las desigualdades
humillantes.
Cristo vino al
mundo para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10,10). Él
nos cuenta la parábola de la humildad, para cambiar la teoría del “ojo por ojo,
diente por diente”, por el “perdónanos como nosotros perdonamos” del
Padrenuestro. Cristo nació en una insignificante población, rodeado de pastores
pobres y marginados, en un rústico pesebre. Después de su nacimiento, José tuvo
que esconder al niño y a su Madre, María, en Egipto porque Herodes le buscaba
para matarlo.
Vivió 30 años en
el silencio de la vida cotidiana; durante tres años predicó la verdad más
fascinante; habló del amor y la misericordia de Dios, del perdón y de la vida
eterna. Toda su enseñanza quedó sintetizada en las Bienaventuranzas.
A los Doce
apóstoles que esperaban marchar, como un gran ejército, hacia Jerusalén para
liberar al pueblo de la dominación romana, les responde muriendo semidesnudo en
una cruz.
Tres días
después resucitó. Sí. ¡Resucitó! Llenando de vergüenza a los soldados romanos
que no podían explicar lo sucedido. Ninguno se acordó que anunció su
resurrección; ni siquiera sus discípulos.
Todos estaban
convencidos que la muerte había interrumpido el camino de paz propuesto por el
gran profeta Jesús. Los poderosos de la tierra pensaban que habían puesto fin a
la historia de Jesús; creían que cerrando el sepulcro con una gran piedra
escribían el último capítulo de esta historia. Pero no fue así. Con la
resurrección de Jesús, la luz de la vida ha roto para siempre la oscuridad de
la muerte.
Sin embargo, aún
hoy algunos ocultan la paz, la manipulan, la desprecian, la disfrazan. Por eso
es más lógico creer al ejército romano que a Magdalena y las asustadas mujeres
que regresan del sepulcro.
Por eso existe
un camino que va de Jerusalén a Emaús, que recorren dos hombres profundamente
tristes y desilusionados. Jesús, el gran profeta en quien habían puesto sus
ilusiones y sus esperanzas, está muerto. En su corazón ni siquiera cabe la
posibilidad de que pueda resucitar; para ellos todo ha terminado.
Este camino es
semejante al que recorre el hombre de hoy encerrado en su propia ilusión y en
su egoísmo, pensando que ya nada ni nadie puede cambiar el rostro dolorido y
sufriente del México en que vivimos.
Muchos hombres y
mujeres, hoy, van por el camino hacia Emaús, que es el camino de la
desesperación, la desilusión, la indiferencia, la violencia, el rencor, el
pesimismo, la división. «Nosotros esperábamos...» tantas cosas, pero todo sigue
igual. Por eso es preferible encerrarse en el propio mundo, desentenderse de
los demás y que cada uno se las arregle como pueda.
En este camino,
un desconocido camina con nosotros hoy; es un hombre de presencia discreta
que busca explicarnos el secreto de la vida. Es Jesús vivo y resucitado que se
hace el encontradizo para pronunciar en nuestro interior palabras de consuelo y
de aliento que vuelvan a despertar el entusiasmo y la ilusión que el miedo ha paralizado.

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