LA MUERTE, DOBLE
CLIC SOBRE
EL MONITOR DE
NUESTROS DÍAS
Artículo escrito
por el Pbro. Fabricio
Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de
Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.
«La muerte es el destino que
todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y tiene que ser así, porque la
muerte es posiblemente el mejor invento de la Vida. Es el mejor agente de
cambio. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo […] Nuestro tiempo es limitado;
así que no lo gasten viviendo la vida de otro […] No dejen que el ruido de las
opiniones de los demás ahogue su propia voz interior. Y lo más importante:
tengan el valor de seguir a su corazón y su intuición».
He querido iniciar esta
colaboración semanal con las palabras que el recién fallecido «Genio de la
Manzanita», Steve Jobs, dirigió a los jóvenes en su emotivo e inolvidable
discurso de apertura del curso escolar 2005 en la Universidad de Stanford.
Y es que al acercarse el mes de
Noviembre, el recuerdo nos conduce, espontáneamente, hacia nuestros seres
queridos difuntos, hacia todos los que nos precedieron en la fe y duermen ya el
sueño de la paz. Los recordamos y rezamos por ellos para que sea
completo su gozo en la presencia definitiva de Dios-Padre.
El recuerdo de nuestros difuntos
alcanza su máxima expresión los días 1º y 2
de noviembre, en los que la Iglesia, de manera especial, ora por los difuntos.
El dos de noviembre es el día de los afectos, de los sentimientos. Recordar a
nuestros seres queridos difuntos, orar por ellos, llevar flores a su tumba,
permanecer en silencio dejando que surjan del corazón aquellos momentos
imborrables de nuestra vida transcurrida con ellos, es una necesidad que se encuentra
en lo profundo del corazón de cada hombre y mujer.
Cada uno de nosotros tiene su
pequeña lista de seres queridos difuntos, en la que cada nombre escrito lleva
consigo recuerdos, emociones, nostalgia… A algunos de nuestros seres queridos
los hemos acompañado y atendido hasta el último momento; otros en cambio, han
desaparecido a nuestra mirada sin la posibilidad de ofrecerles una palabra o un
gesto final.
Es la muerte existencial,
«aquella que se matiza de misterio y de temor, que golpea a todos: creyentes y
no creyentes. La muerte hecha de agonía, de dolorosa separación; que va
acompañada de nostalgia, del deseo de tener nuevamente cerca a quien se ha ido,
como si fuera muy pronto para partir, o prematuro, ante la mirada de quien
permanece en la tierra; como si fuera muy pronto para quien quisiera hacer lo
que no ha hecho y que ahora el tiempo no le permite hacer; que deja un velo de
melancolía y una huella de dolor, el dolor de la pérdida».
La liturgia de la misa por los
difuntos remarca insistentemente el vínculo que nos liga indisolublemente a
nuestros seres queridos difuntos; un vínculo establecido no únicamente por el
recuerdo, que nos permite revivir el pasado, sino constituido, además, por la certeza de
que ellos continúan viviendo en la presencia de Dios.
«Yo soy la resurrección y la
vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Ante el
misterio de la muerte, la fe viene en nuestra ayuda, iluminándola con la
resurrección de Jesús.
Así, la fe nos asegura que la
muerte no es el final. No caminamos hacia el abismo, hacia la nada, hacia la
destrucción. ¡Dios nos ha
creado para la vida! Por
tanto, nuestra vida no tiene término, sino meta; de la misma manera como la
muerte de Cristo en la Cruz no fue el final, sino el paso a la nueva existencia
resucitada y gloriosa.
Entonces, la celebración de los
Fieles Difuntos se transforma en una celebración de la esperanza cristiana. En
el también llamado “Día de muertos” por nuestras culturas autóctonas,
parecería que la muerte es la protagonista de esta celebración, sin embargo,
nosotros celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Frente a la muerte,
la esperanza cristiana nos anima a descubrir que también nosotros resucitaremos
como Jesús ha resucitado.
En la muerte está la semilla de
la promesa de la vida nueva y eterna; por eso, la muerte no destruye el vínculo
afectivo entre nosotros y nuestros seres queridos difuntos.
Seguimos
amando a nuestros seres queridos aunque de una nueva forma. Cuando estaban
entre nosotros le manifestábamos nuestro amor y afecto a través de un abrazo,
una caricia, un gesto solícito, un regalo; ahora que físicamente ya no están
entre nosotros, le manifestamos nuestro amor y cercanía a través de una
oración, de una veladora que encendemos por ellos, de una misa que ofrecemos
por ellos, una flor que se deposita sobre su tumba, una visita al lugar donde
ha sido sepultado, y, sobre todo, poniendo en práctica todas las cosas buenas
que nos enseñaron durante su vida.
«La temida y mal llamada muerte
en realidad es sólo doble clic con
el pulgar derecho sobre el monitor de nuestros días […] Resetear el “sistema”
personal, poner en blanco la pantalla de una existencia, nada tiene que ver con
luto y desagarro […] Lo importante es ser útil en esta o en aquella pantalla,
es vencernos a nosotros mismos, a nuestra propia gravedad y subir al
escenario y ofrecer, desbordado de ilusión, algo al prójimo» (K. Aldai en su
artículo en memoria de Steve Jobs).
Este 2 de Noviembre de 2015, no sea una mera
conmemoración de los Fieles Difuntos, sino que, además, la fe en Cristo, vivo y
resucitado, acreciente en nosotros la esperanza de poder encontrarnos un día
todos unidos con Cristo y con nuestros seres queridos difuntos en la alegría de
la vida eterna.

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