VALOREMOS LA FAMILIA
21 de Octubre de 2015
Artículo escrito por Mons.
Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.
VER
Con
frecuencia nos enteramos de familias que se destruyen. Los esposos dicen que ya
no se quieren, que ya no se entienden y, sin importarles los derechos y los
sentimientos de los hijos, se separan e inician una nueva relación. Muchos se
casan, incluso por la Iglesia, con la conciencia definida de que, si no se
sienten a gusto, tienen el “derecho” de “rehacer” su vida, y buscar otra
pareja. Aunque en las catequesis prematrimoniales y en la presentación en su
parroquia se les advierte que el matrimonio religioso es para toda la vida, en
la práctica no lo asumen así, con lo cual hacen inválido el sacramento. Por el
temor o la resistencia a un compromiso de por vida, muchos no quieren celebrar
un casamiento por la Iglesia, retrasan demasiado su boda, viven largos años “de
prueba”, que se prolongan indefinidamente. A esto hay que agregar la reducción
tan drástica de la natalidad, porque se ve a los hijos como un problema, sobre
todo económico.
Durante
esta semana, se concluye en Roma el Sínodo de los Obispos sobre la familia. Sin
esperar cambios en la doctrina, que no podemos modificar, sí esperamos cambios
pastorales, para que en las parroquias y diócesis asumamos unos compromisos más
misericordiosos y creativos a favor de la familia.
PENSAR
Dijo el
Papa Francisco en el encuentro mundial de la familia, en Filadelfia:
“Vale la pena la vida
en familia. Una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece
verdadera, si se edifica sobre la base de la familia. Lo más lindo que
hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creó al hombre y a la mujer; ¡y les
entregó todo, les entregó el mundo! Crezcan, multiplíquense, cultiven la
tierra, háganla producir, háganla crecer. Todo el amor que hizo en esa
creación maravillosa se la entregó a una familia. Todo el amor que Dios tiene
en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en
sí, la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia
cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.
Cuando el hombre y su
esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto es
su amor, que empezó a caminar con la humanidad, con su pueblo, hasta que
llegó el momento maduro, y le dio la muestra de amor más grande, su Hijo.
Y a su Hijo ¿dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una ciudad, a hacer una
empresa? ¡Lo mandó a una familia! Dios entró al mundo en una
familia. Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el
corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor.
¿Saben qué es lo que
más le gusta a Dios? Encontrar las familias unidas, encontrar las familias
que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos, los
educan, los llevan adelante y crean una sociedad de bondad, de
verdad y de belleza.
En las familias hay
dificultades. En las familias discutimos, en las familias a veces vuelan
los platos, en las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar
de la suegra, pero en las familias siempre, siempre, hay cruz. Pero en las
familias también, después de la cruz, hay resurrección. Porque el Hijo de Dios
nos abrió ese camino. Por eso, la familia es una fábrica de
esperanza, de esperanza de vida y resurrección. Dios fue el que abrió ese
camino. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con
amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no
supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad.
La familia es bella, pero cuesta. Trae problemas. En la familia a veces
hay enemistades. El marido se pelea con la mujer o se miran mal, o los
hijos con el padre… Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin
hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en
guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les dé fuerzas, que Dios los anime a seguir
adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega
nuestro futuro” (26-IX-2015).
ACTUAR
Valora
tu familia; cuídala; gózala; no la destruyas. Sacrifícate para salvarla, y
verás los buenos frutos.
Que tu
grupo, tu parroquia, tu diócesis propongan iniciativas a favor de una buena
pastoral familiar.

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