NADIE TIENE DERECHO
A CONFUNDIR AL PRÓJIMO
Texto de la Carta Abierta que
el Pbro. Maurizio Patriciello dirigió a Mons. Krzystof
Charamsa, sacerdote polaco que se desempeñaba como oficial de la Congregación
para la Doctrina de la Fe y como docente de dos universidades pontificias, y
que el 3 de octubre, un día antes del inicio del Sínodo sobre la Familia, reveló
que es homosexual y mantiene una relación sentimental con otro hombre.
Nadie
tiene derecho a confundir al prójimo. Sobre todo a aquellos menos preparados
culturalmente, espiritualmente, psicológicamente. Un monseñor polaco –mi
hermano– en la víspera del Sínodo sobre la Familia ha pensado que llegó el
momento de revelar al mundo que es gay. El momento, ciertamente, era el menos
oportuno. La pregunta surge espontáneamente: ¿por qué no lo ha hecho antes?
Entretanto –como era previsible– la noticia “picante” ha dado vueltas por las
redacciones, por las diócesis, por la web. Los comentarios se multiplican. No
vamos a entrar, por ahora, en el fondo de la cuestión.
Durante
el Sínodo sobre la Familia serán afrontados temas delicados que tienen al mundo
católico atento y preocupado. Pero también lleno de fe y de esperanza. La
Iglesia quiere ser madre para todos. No quiere que haya privilegiados. No
quiere excluir a ninguno de la misericordia de Dios. Jesús no es propiedad
privada. El Papa Francisco sobre esto ha sido clarísimo.
El
verdadero problema es otro. Este hermano ha confesado tener un “compañero”. Qué
cosa quiso decir con eso no lo sé. Si –como se puede pensar– quiere decir que
tiene un compañero con el que ha establecido una relación afectiva,
sentimental, sexual, suscitan algunas preguntas.
La
Iglesia no la hemos inventado nosotros. La Iglesia es la esposa que escucha al
Esposo. Para conocerle, amarle, servirle. La Iglesia camina con los hombres de
su tiempo, a quienes lleva el anuncio gozoso de que “Jesús es el Cristo”.
Naturalmente a sus ministros la Iglesia les pide que acepten algunas reglas.
Sobre aquellas que proceden de la Palabra de Dios no puede transigir. Sobre las
otras se podrá discutir. Por esto la necesidad de estar unidos.
Ningún
creyente está obligado a consagrarse. La vocación es un don. Durante los años
de la formación, no solo una vez, los candidatos al sacerdocio son invitados a repensar y revisar la
elección hecha. En el día de su ordenación a todos se les pregunta si quieren
vivir de un cierto modo.
El
celibato que la Iglesia Católica de rito latino exige, a nosotros los
sacerdotes, lo hemos recibido con alegría. Libremente. Solemnemente. Lo hemos
elegido nosotros. Todos hemos dicho, en voz alta y ante cientos de personas,
que queremos vivir en castidad. Aun sabiendo que vendrían días en que la
castidad –como todos los estados de vida– sería pesada. Todo esto lo sabíamos.
Y justo por esto nunca hemos dejado de rezar, sabiendo que solos poco podemos
hacer.
Lo dijo
Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada”. Lo que podría significar: “Conmigo podéis
escalar las climas más altas con los pies descalzos… podéis surcar los mares…”.
Esto vale para todos: casados, célibes, consagrados. Cierto, todos podemos caer
en una trampa. Todos, en la vida, podemos tropezar. Todos podemos cambiar de
ideas. Es importante sin embargo asumir la responsabilidad de las propias
elecciones. Sin dejar que recaiga sobre los demás. Sin hacerse pasar como
víctima de un sistema atávico. Sin engañar al prójimo.
El “no”
que el candidato al sacerdocio dice al ejercicio de la sexualidad es el
pedestal donde se incrusta el “sí” que ha dicho a Cristo, a la Iglesia, a los
hermanos. Este argumento vale para todos, no solo para los sacerdotes. Quien
lleva al altar a su novia y le dice: te recibo como mi esposa y prometo serte
siempre fiel…” está renunciando a todas las mujeres del mundo. A menos que
quiera engañar. Pero entonces entramos en otro campo.
El
monseñor polaco no se ha descubierto gay en estos días. Imagino que ya lo era
al momento de la ordenación. No sé cómo ha hecho para responder a las preguntas
de su obispo antes de que le impusiera las manos sobre la cabeza. Habría podido
no acceder al sacerdocio católico, que ofrece a los sacerdotes el estado de
castidad. Más allá de cualquier otra consideración teológica y moral, es una cuestión de seriedad y
de honestidad.
Para
todos vale la obligación de mantener la palabra dada. Un sacerdote o un laico
casado que esconden una amante, son simplemente traidores. Si en vez de un
compañero, el monseñor polaco hubiese tenido una compañera, habría sido la
misma cosa.
Me alegro
de que haya salido a la luz pública. Respeto su vida privada. Pero el fantasma
de la homofobia que está intentando agitar a los cuatro vientos no viene a
cuento. Insistir en esto es deshonesto. El Señor los bendiga a todos.
Padre
Maurizio Patriciello

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