miércoles, 26 de agosto de 2015

EL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL 2015


EL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL 2015

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Calderón, Párroco de la Comunidad de Ntra. Sra. de Guadalupe, en san Francisco de Campeche, Cam.


En el ya cercano mes de Septiembre, la Iglesia Católica que peregrina en México, celebrará su VI Congreso Eucarístico Nacional en la ciudad de Monterrey, N.L., concretamente del 9 al 13 de septiembre del 2015.

El tema de este VI Congreso Eucarístico Nacional es: “Eucaristía, ofrenda de amor: alegría y vida de la familia y del mundo”, pues queremos vivir un proceso de inclusión y de aceptación, de concientización de nuestra relación con Dios, pero también con nuestros hermanos, será un tiempo de purificación para poder acercarnos dignamente a la mesa del altar. María en su misterio de amor materno será la mejor guía y ayuda para lograrlo.

El Objetivo de este VI Congreso Eucarístico Nacional es triple: a).- Promover la centralidad de la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia Católica; b).- acrecentar nuestra comprensión y celebración de la liturgia, y c).- concientizar sobre la dimensión social de la Eucaristía, que nos motive a realizar una obra social.

La Eucaristía, nace como una comida familiar, en un contexto celebrativo de la fe. Somos convocados, nos reunimos y dialogamos, compartimos la vida y el pan como familia, pero al final de la reunión, hay que despedirnos con un doble sentimiento en el corazón: quisiéramos quedarnos más tiempo, pero al mismo tiempo deseamos partir, caminar y compartir con el mundo en que vivimos, la alegría que hemos experimentado.

Todos los católicos somos convocados para reflexionar, profundizar, estudiar y celebrar conjuntamente el misterio eucarístico.

En nuestra vida muchas veces somos invitados a una fiesta, celebración o reunión. La mayoría de las ocasiones se nos invita de viva voz, pero cuando la circunstancia es especial se hace de manera formal y por medio de una invitación impresa.

Ya el mero hecho de haber sido tomados en cuenta para una fiesta, muestra una carga de afecto y es motivo de agradecimiento y alegría.

La invitación a una fiesta crea expectativa por varias razones: primero, porque sabemos que nos encontraremos con otros amigos o familiares a los cuales les tenemos aprecio y cariño; segundo, porque nuestros anfitriones han hecho un esfuerzo para disponer la fiesta; tercero, porque nos alegra el motivo: puede ser un aniversario, una graduación, un logro, un compromiso, o, a final de cuentas, simplemente por ser una reunión fraterna.

De acuerdo a la ocasión nos preparamos: Si la fiesta es formal vestimos nuestros mejores atuendos y nos arreglamos físicamente; si es informal o es una reunión semanal de cualquier forma buscamos lucir bien. A pesar de las prisas que conlleva arreglarse para una fiesta, tratamos de llegar temprano para no perdernos ningún detalle. Nuestro anfitrión nos recibe a la entrada y nos tiene un lugar reservado.

Muchas veces ya pasada la fiesta, los días posteriores, seguimos hablando de ella, de los encuentros, los amigos, la comida, la bebida, la música, la conversación, la alegría, de todo lo bello que se derivó de esa celebración.

Se vería mal un invitado a la fiesta sin conversar, sin alegrarse, sin beber, sin comer, y vestido de manera inadecuada. Lo mismo rechazar una invitación o no asistir a la celebración es de mal gusto; lo menos que podemos hacer, si es que no podemos asistir, es disculparnos anticipadamente.

Podemos decir que algo parecido sucede en la Celebración Eucarística: somos convocados a la Cena del Señor cada domingo o también a algunas celebraciones especiales durante el año o en los tiempos litúrgicos fuertes. Somos invitados como amigos y discípulos de Jesús.

El Señor nos tiene un lugar reservado, nos prepara la mesa y quiere compartir su palabra y su vida con nosotros. En la Misa nos encontraremos también con otros hermanos y amigos; por todo esto, deberíamos sentirnos honrados, agraciados, agradecidos y bienaventurados.

Esta realidad, que debiera ser gozosa, no se da en todos los que nos decimos católicos. ¿Cuántos bautizados participamos en la Eucaristía dominical en México? ¿Cuántos asistimos a la Misa diaria? ¿Nos sentimos realmente invitados? ¿Cuál es la razón por la que algunos no asistimos? ¿Por falta de formación? ¿Por deficiencias pastorales? ¿Existe alguna razón por la que algunos se sientan excluidos?

Hay otras preguntas que nos ayudan a ver cómo es nuestra participación en el banquete Eucarístico: ¿Por qué mucha gente llega tarde a la celebración? ¿Les parece más importante la liturgia Eucarística que la liturgia de la Palabra? ¿Resulta atractiva la homilía? ¿Es elevado el lenguaje utilizado por el sacerdote? ¿Cuánta gente de la que asiste a Misa recibe la Comunión? ¿Cuántos no comulgan? ¿Por qué no comulgan?

También surgen preguntas sobre la repercusión que tienen las celebraciones en nuestra vida: los que comulgamos, ¿nos sentimos llamados a impregnar el mundo de la presencia de Cristo? ¿Efectivamente la escucha de la Palabra y el y el Cuerpo de Cristo hecho pan y recibido en la Eucaristía  transforma nuestra vida? ¿Cómo darle una dimensión eucarística a nuestra misión en el mundo y a esta Iglesia en salida que nos ha propuesto la Evangelii Gaudium? ¿Cómo hacer que el domingo nos impregne de la alegría pascual y eucaristizar así toda nuestra semana?

El Congreso Nacional Eucarístico 2015 tiene un lema muy evocador:  “Eucaristía, ofrenda de amor: alegría y vida de la familia y del mundo”, puesto que el sacramento de la Eucaristía se nos ha ofrecido como un don del amor llevado hasta el extremo por el Señor Jesús.




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